Se sintió sucia por pensar en el futuro estando su padre de cuerpo presente. Quiso llorar otra vez, abrazada al olivo como estaba, y las lágrimas no le salieron. Dentro de ella una fuerza superior la arrastraba hacia la vida, la hacía pensar en el mañana, en la niña que había dejado de ser para convertirse repentinamente en una mujer con responsabilidades. Ahora no tenía nadie que cuidase de ella, sería ella quien tendría que cuidar a su madre, la tendría que sacar adelante, por encima del dolor. Nadie que decidiese por ella, nadie que le marcase el camino. ¿Qué haría? ¡Estaba todo tan oscuro! ¿No habría nadie que le echase una mano?. No, no había nadie. Sus hermanas regresarían a la ciudad y ella se quedaría en aquella casa que olía a muerte por los cuatro costados. El luto, el recuerdo, el aislamiento… sabía muy bien lo que le esperaba en aquel pueblo. Sólo tenía 14 años y quería vivir. Pero a partir de ahora ni siquiera la dejarían salir a la calle.
Nada de esto importaba demasiado. Ya se le enfrentaría en su momento. Ahora importaban más las punzadas de su corazón, el vacío tan grande que sentía, el martilleo del cerebro. ¡Y estaba tan triste!. Quiso llorar otra vez, pero quedó inerme, abrazada al olivo, mirando a cualquier punto del espacio. En esta posición se quedó dormida.
-¡Ana!. ¡Ana! – Era la voz de su tía la que la sobresaltó –Ven enseguida, no puedes estar así, te tenemos que buscar ropa negra.
¡Ropa negra!. Sí, así eran ellos. Se moría de dolor, de cansancio, se moría de impotencia, de incertidumbre, se moría de sorpresa, de disgusto. ¡Y sólo se les ocurría que tenía que ponerse de luto!.
“No hay nadie que quiera consolarme. Esta carga está resultando muy pesada, voy a fracasar, tengo miedo”.
Con estos pensamientos, encogida de temor, suspirando profundamente, Ana se puso en pie y se encaminó hacia la casa. Empezaba una nueva vida para ella.
Hubo tiempos en los que el luto era como una losa muy pesada que había que llevar. En mi caso por suerte no he tenido que sufrirlo, pero recuerdo las mujeres de negro. Otro lastre más.
ResponderEliminarMe ha gustado este relato.