De toda la vida, los mejores calçots se han producido en los meses de Enero y Febrero, pero ahora, con los invernaderos y los adelantos en agricultura, la temporada de calçots comienza en Octubre y acaba a finales de Abril.

Comer los calçots es todo un rito. En los restaurantes se sirven sobre una teja, y te proporcionan un babero y guantes para no mancharse los dedos. Pero lo suyo es tiznarse las manos, y quemarse un poquito, y ponerse hechos unos guarros. Es como mejor saben los calçots.
Se comen de la siguiente manera: se coge el calçot por el tallo verde con una mano, y con la otra se retiran las capas externas, las que están ennegrecidas por el fuego. Cuando queda todo blanco, se moja en una salsa hecha con tomates, almendras, ajo, aceite, y no sé que más, soy una cocinera nefasta.
Te pones hecha un asco comiendo calçots, pero ahí está la gracia. Bueno, y en el sabor dulce, que a los que nos gusta, nos encanta, y a los detractores les produce repulsión.
Esta calçotada en concreto la hacemos una vez al año. Nos reunimos toda la familia, como en Navidad. Es decir, mejor que en Navidad, puesto que es al aire libre y también tienen cabida los amigos. Nadie siente compromiso por asistir a esta comilona, si no vas, no pasa nada, nadie se ofende, más bien todo el mundo se siente libre para disfrutar de un día en el campo, sobre todo si el tiempo acompaña, como hoy.
De segundo plato, cordero, butifarra blanca y negra, chistorras, todo ello acompañado con pan tostado con tomate, y vino tinto. El postre, el café, los pasteles y tartas que los buenos cocineros aportan libremente... en fin, un día agradable, ¡Y que gran comilona!
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