23 de marzo de 2010

Emigración y emigrantes

Hace unos días fui a visitar al hospital al padre de una amiga muy cercana. En realidad, fui a dar apoyo a mi amiga en estos amargos momentos, porque aunque he tratado a su padre mucho, y lo aprecio, no tanto como a ella.

Mi amiga es de esas personas abiertas que hablan con todo el mundo y siempre dicen lo que piensan. Supongo que es por eso por lo que siempre nos hemos llevado tan bien, porque somos muy distintas y nos complementamos. El hospital, de la Seguridad Social, tiene dos camas por habitación. En la cama de al lado del padre de mi amiga había un señor recién operado del corazón, él y su familia procedentes de Andalucía.

En cierto momento las enfermeras nos hicieron salir de la habitación para poder realizar su trabajo con tranquilidad. Mientras esperábamos fuera, estuvimos confraternizando con la familia del enfermo vecino. En la habitación de al lado, había un enfermo magrebí, sus familiares también esperaban en el pasillo. Los vecinos del padre de mi amiga los miraron de mala manera e hicieron un comentario despectivo. Mi amiga se encaró con ellos y les dijo: "No estoy de acuerdo con lo que estais diciendo. Mi padre también fue un emigrante, estuvo muchos años trabajando en Alemania, y todos nosotros, y vosotros también también sois emigrantes, no veo por que tenéis que tratar mal a esa gente". Y llevaba razón, hubo una época en que media España emigraba y este era el himno que se cantaba en todas las emisoras de radio.


Recordé entonces que tenía guardado en algún rincón de mi biblioteca un libro escrito por un emigrante español en Alemania, Víctor Canicio, que hablaba sobre la emigración española de los años 60 en tono de humor. Y lo he buscado porque quería traer aquí algunas de sus divertidas historias. Por ejemplo, esta:


Por los albores de la década de los sesenta, lo clásico era llegar a la República Federal de Alemania en"Europabús". Se salía de Barcelona a las 6 de la mañana -Calle Caspe-, se paraba en Gerona a fundir las últimas pesetas, se pasaba sin dificultades la frontera hispano-francesa, se paraba en Narbona y Montelimar, se llegaba ya de noche a Lyon y allí se dormía en un hotel vecino a la estación de ferrocarril, donde procuraban dormir aquellos a los que no les llegaba para lujos. Las paradas en Francia eran siempre estratégicas y en combinación, probablemente, con los propietarios de los cafés y restaurantes donde el "Europabús" se detenía para que hiciéramos gasto, cuando lo único que queríamos todos era mear.

Se formaban entonces unas larguísimas colas bajo la adusta mirada de los señores camareros, bebíamos agua del grifo, y adelante.

Eramos unos excursionistas bastante alienados los que nos aproximábamos a Estrasburgo en un autobús con matrícula de Fraakfurt e infinidad de maletas. En el puente internacional sobre el Rhin se empezaba a confraternizar con Europa.

-¡Todos abajo!

Todos abajo y a por el equipaje.

Control de equipajes:

-¿Tiene usted algo que declarar? -con pies y manos.
-Nada -con la cabeza.
-¿Así que nada? -con las cejas.
-Nada -con la cabeza y una mano.

El aduanero ponía entonces gesto de asco y se dignaba registrar la maleta. Encontraba primero la botella de coñac de a litro y decía que sólo tres cuartos. Había quien cotizaba por el cuarto restante, había quien lo devolvía olímpicamente a la madre tierra y había quien se lo bebía. El hallazgo de la segunda botella posía ya resultar fatal.

Europa nos permitía, además, introducirle impunemente cuarenta cigarrillos -rubios o negros- si discriminar.

-¿Esto qué es?
-Chorizo
-¡Chorizo prohibido!
-¿Prohibido?
-Si, prohibido.

Y nos confiscaban el chorizo para poner coto a la peste porcina que llevábamos dentro

Una vez legalizada la maleta, le tocaba legalizarse al dueño. Los no contratados a través del Instituto Español de Emigración -salvo burocráticas excepciones, todos-, veníamos por lo general a hacer turismo.

-¿Usted?
-Yo, turista.
Eramos unos turistas vergonzantes de circuito de ida, desarraigados, descoñacados, descigarrados y deschorizados a la sombra cruel de un aduanero que solía complacerse cumpliendo instrucciones.

-¿Dinero?

Enseñçabamos dinero.

-¡Poco dinero!.

Cuestión de opiniones. Sacaban entonces el sello candente, tomaban impulso en el tampón y nos herían el pasaporte con un "TOURIST" morado y delator de cinco centímetros o nos negaban sencillamente la entrada en el Paraíso.

-¡No dinero! ¡No turista!

De las flaquísimas carteras salían entonces las entrañables fotos a justificarse.

-¡Hermano en Frankfurt!
-¡Hijo en Hamburgo!
-¡Esposa en Colonia!
-¡Primo en Munich!

Pasábamos. La República Federal de Alemania nos digería. Otros se quedaban al pie del "Europabús", junto a las maletas. Condenados a no traspasar de momento las puertas del Paraíso. Por las ventanillas les bajaba todavía algún consejo.

-¡Probad en tren por Saarbruck!
-¡De noche apenas vigilan!

1 comentario:

  1. Y tanto que hemos sido emigrantes o venimos de gente emigrante, al fin y al cabo es natural buscar donde puedes ganarte la vida. Me parece increible que hace poco me dijera un chico que había que mirar con lupa porque vienen de fuera a aprovecharse de nuestra seguridad social. Yo también lo haría si fuera necesario, y curiosamente este chico ha tenido necesidad de atención médica y nadie le discriminó.
    Son cosas que no entiendo.

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