Contemplé el hermoso paisaje con los ojos llenos de angustia. Más que verlo, tuve que adivinarlo, pues la niebla era tan espesa y siniestra como en Londres. Las sombras de los árboles del oscuro bosquecillo se retorcían dolorosamente como terribles espectros. El ambiente me encogía el corazón. Me encaminé hacia la casa siguiendo las instrucciones del taxista, aún necesité algunos pasos sin rumbo, algún tiempo de palpar entre la espesura atmosférica para comprender que estaba perdida entre las amenazadoras sombras de los olmos (¿o no eran olmos aquellos árboles?). Se escuchaba el murmullo suave de un río cercano. Me dirigí hacia el, atraída irremisiblemente por una extraña fuerza sumamente poderosa, con la vana esperanza de encontrar a alguien que supiera orientarme. Pero la tarde era desoladora, y no se veía ningún ser viviente o no viviente más allá de mi nariz.
Me senté en una piedra junto al río, desconcertada. Dentro de mi se mezclaban un cúmulo de sentimientos extraños, de sensaciones encontradas que me hacían sentir como una prolongación de la niebla ambiental. Un leve chasquido a mis espaldas me sobresaltó, alejándome de mis pensamientos. Me volví y vi acercarse hacia mi una alta figura apoyada en un bastón. No pude ver las facciones de su cara, ni aún cuando estuvo cerca; se trataba de una mujer de unos cincuenta años, y debió ser muy bella en su juventud. Sus ojos, hundidos, revelaban una extraña mirada, como si estuvieran poseídos por una brizna de locura. Desde el primer instante supe quien era.
-Te has perdido.
Su afirmación me llenó de ternura hacia mi misma. Me encontré más insignificante que nunca.
-Sí.
Se sentó a mi lado y se quedó ensimismada. Cada una de nosotras pensaba para sí. El frío empezaba a calarme los huesos.
-Escucha los olmos. Suelen aullar en tardes como esta. A cada uno llevan un mensaje particular. ¿No te dicen nada a ati?.
Recordé unas palabras leídas no sé donde. “Enterré las cenizas de Virginia al pie del gran olmo al borde del cuadrado de césped en el jardín, llamado el Croft , que mira los campos y las marismas”.
-No me extraña que los olmos llamen tanto tu atención, sé la importancia que tuvieron en tu vida. Igual que este río”.
Había dos olmos de ramas entrelazadas a los que llamaban Virginia y Leonard. Uno de ellos fue abatido por un temporal poco después.
ResponderEliminarLeo mucha desesperanza pero siempre llega la primavera, hasta para ese olmo abandonado.