Ya he contado que cuando dejé el pueblo para irme a vivir a Barcelona me encontré con un mundo totalmente distinto al que conocía, un mundo que me subyugaba y me excitaba, y en el que estaba deseando integrarme lo antes posible. Pero venía muy influenciada por mi educación ultracatólica, y el proceso iba a costarme cierto tiempo.
Por aquella época, las personas con inquietudes en los pueblos pequeños de España sólo podían desarrollar sus ideas en los grupos cristianos ligados a la iglesia. Yo era una de esas personas, pertenecía a un grupo de jóvenes que hacía actividades tan subversivas como colaborar en un coro que sólo ensayaba canciones religiosas que después se cantaban en la misa, leer el nuevo testamento en misa o representar obras de teatro de los hermanos Alvarez Quintero. Se puede considerar que era una beata, moderna, sí, pero beata al fin y al cabo.
Al llegar a Barcelona conocí y traté otras formas de pensar más progresistas, y mientras mi mente estrecha intentaba asimilarlas, seguí vinculada a grupos cristianos. No acababa de sentirme a gusto, notaba que algo no encajaba, aunque fueron unos años muy prolíficos, en los que aprendí muchas cosas.
Me acerqué a la iglesia local y conocí a jóvenes de mi edad. Sentía que no eran como yo, mi alma rebelde no se conformaba con gestos externos supuestamente progres, como cantar en misa con guitarra o la lectura de las cartas de Sanpablo que nos cedía el cura. Era consciente de que los problemas de la vida real de la gente de la calle estaban muy alejados de lo que se trataba en las reuniones de los grupos juveniles de aquella iglesia, pero allí estaba, y estaba recorriendo mi propio camino.
Las cosas empezaron a cambiar cuando llegó a la parroquia un cura andaluz, salesiano, para ayudar al mosén titular. Quería que lo llamáramos por su nombre, Antonio, tenía ideas muy avanzadas, se preocupaba por el movimiento obrero, nos hablaba de temas que entendíamos, y por medio de él comencé a tener contacto con grupos cristianos de una iglesia del pueblo vecino y con el movimiento "cristianos por el socialismo".
Dejé a un lado mi participación activa en las misas y, junto a otros amigos, creamos un esplai. Para los que no conozcan el vocablo, "Los esplais, o clubes de tiempo libre, son un movimiento cívico extendido en Cataluña, Baleares y Valencia, basado en el disfrute del tiempo libre de los niños y jóvenes, sobre todo en los fines de semana y durante las vacaciones. Normalmente, está basado en el voluntariado.". Había 3 grupos, el de pequeños (hasta 9 años), el de medianos (de 10 y 12) y el de mayores (de 13 y 14 años), y cada uno de ellos lo llevaban varios monitores, todos voluntarios que no ganaban dinero, no como hoy en día que los clubs de esplai se han convertido en empresas de ocio.
No es el tema de esta entrada polemizar sobre la pérdida de valores de los centros de esplai, así que seguiré contando mi vida, que probablemente interese poco, pero para mí interés personal es más saludable. Todos los sábados, a las 4 de la tarde, y hasta las 8, nos reuníamos con nuestros niños y niñas en una sala en la parte trasera de la iglesia y realizábamos diversas actividades. Algunos domingos los llevábamos de excursión. Recuerdo que el grupo de mayores escribieron una obra de teatro y la representamos para un público amigo. Fue un exitazo.
El club de esplai iba viento en popa, cada sábado venían más niños. No hay que olvidar que por entonces existían muy pocos y que era un movimiento que recién había nacido. Nuestros niños preferían estar con nosotros antes que plantarse delante de la tele a ver Heidi, que por entonces era la serie de dibujos animados que triunfaba, o Marcos, de los Apeninos a los Andes. Se lo pasaban bien.
El Mosén titular de la iglesia era un señor de mentalidad muy conservadora que despreciaba a la mayor parte de sus feligreses, esos inmigrantes andaluces y extremeños que no sabían ni leer. A mi me respetaba. Supongo que era por esa vena beata que hacía que me comportara de forma muy respetuosa con mis semejantes. Pero la llegada del cura Antonio rompió nuestra relación. No recuerdo haber cambiado mi comportamiento, pero él debió pensar que yo y los otros jóvenes nos alejábamos y que nos estaba perdiendo. También los celos entre curas debieron tener algo que ver. La cuestión es que la relación se tornó cada vez más fría.
Y cuando Antonio volvió a su pueblo andaluz, Fernán Núñez, nos quedamos muy solos. Ya no teníamos en quien apoyarnos, sólo entre nosotros. El Mosén nos quitó el local y nuestro esplai se quedó sin lugar donde reunirse. Mi amigo Paco y yo fuimos a hablar con él para rogarle que nos lo volviera a dejar, al menos hasta que encontráramos otro. Estaba en su iglesia, organizando sus instrumentos en el altar. Se cerró en banda, nos dijo que no le gustaba lo que hacíamos y que no quería ser partícipe de aquella ofensa a Dios (sí, de esa manera exacta). Mi amigo Paco entró en cólera y empezó a decirle de todo, yo sentí como si se me abriera la mente de repente y todo mi mundo cambiara. Cogí a mi amigo del brazo y le dije, "Vámonos Paco, con éste no se puede hablar, hay curas que se encierran en la iglesia a rezar solos y otros que están en la calle con la gente". En ese momento ni siquiera lo miré, pero posteriormente supe que mis palabras le hicieron daño.
El esplai siguió, sí, durante un tiempo nos reuníamos con los niños en la calle, nos íbamos a jugar con ellos a un descampado. Aguantamos así hasta el verano. Después de las vacaciones conseguimos un local, y formamos el Club d'esplai Arreu, el primero en la historia del pueblo. Y organizamos las primeras colonias. Es una pena que toda esa historia se haya perdido y no esté escrita en las crónicas oficiales locales. Pero que nos quiten lo bailado, como se suele decir.
En cuanto a mi, personalmente, perdí la fe por completo, y dejé de creer en Dios y esas zarandajas. Me he convertido en una persona atea. Ni "cristianos por el socialismo", ni excusas de ningún tipo, creo sinceramente que las religiones no sirven más que para dividir a la gente, y pensando con un poquitín de lógica, las historias religiosas son tan fantasiosas que no sé como hay gente que se las cree. Aunque sigo respetando a los curas que están en la calle al lado de la gente.