4 de agosto de 2010

Mi breve aventura como jurado de empresa

Corría el año 1975 y se habían anunciado elecciones sindicales. Ciertamente aún no había muerto el dictador y no existían los sindicatos tal y como hoy los conocemos, sólo existía uno, el sindicato vertical, en el que estabámos afiliados obligatoriamente todos los trabajadores y todos los empresarios.

Las empresas de más de 50 empleados debían tener un jurado de empresa, que estaba compuesto por un presidente, que era el dueño de la empresa, el gerente o un alto cargo que representaba al empresariado, y los vocales, que eran los representes de los trabajadores. Las funciones del jurado de empresa eran proponer a la dirección medidas para aumentar la producción, discutir los convenios colectivos, discutir las reclamaciones de los trabajadores, etc.

Durante muchos años los jurados de empresa fueron simples instrumentos de los empresarios, formado por personas afines y manejado por ellos a su gusto. Pero con los años, los sindicatos ilegales que estaban en la clandestinidad, sobre todo CCOO y USO, y más adelante UGT y CNT, se fueron incorporando a estos organismos para llevar a las fábricas la lucha obrera.

Hablo de todo esto de memoria, así que es posible que caiga en algún error causado por el paso de los años. Los trabajadores estaban divididos en cuatro grupos profesionales: técnicos, administrativos, mano de obra cualificada y mano de obra no cualificada.

Las elecciones para renovar el jurado se celebraban cada 3 años. Las listas estaban compuestas por 3 candidatos de cada rama profesional que podían ser votados por sus compañeros de categoría, pero no por el resto. Y podía haber tantas listas como quisieran presentarse.

Es así como llegamos al año 75 y nos encontramos que la vida en las fábricas está muy agitada. No existe el derecho de huelga, pero las huelgas son el pan nuestro de cada día. Los partidos políticos y los sindicatos clandestinos ponen sus mayores esfuerzos para entrar en todos los jurados de empresa posibles, para desde allí luchar por los derechos de los trabajadores. Y en ese ambiente general, yo viví mi aventura particular.

No tenía pensado presentarme a las elecciones, aunque vivía desde dentro los idearios políticos progresistas, era una persona bastante tranquila y crítica con los radicalismos y las manipulaciones. Dentro de mi grupo de amigas había otras personas, mucho más metidas en el mundillo político, con más ánimos de protagonismo y más dispuestas a hacerlo que yo. El problema era que pertenecían a distintos partidos, con ideologías muy enfrentadas, y las posiciones se radicalizaron tanto que era imposible encontrar un punto de diálogo para llegar a un acuerdo.

Marisa era la representante del grupo mayoritario, se daba por hecho que se presentaría como número uno en el ramo administrativo al que pertenecíamos. Era muy luchadora, no le tenía miedo a enfrentarse a nada ni a nadie, aunque desgraciadamente era una persona muy inflexible que provocaba más rechazos que adhesiones. Y había miedo a que su presencia movilizara a todos sus críticos y saliera elegida la candidatura de la empresa.

Por otra parte, las representantes de otros partidos más extremistas no veían claro lo de participar en las elecciones, además de la animadversión personal que sentían hacia Marisa. No había manera de encontrar dos personas más para completar la lista.

Por entonces yo hacía horario partido por necesidades de mi sección. El resto de la empresa trabajaba de 7 a 3, y por las tardes me encontraba sola en el edificio, salvo cuando había gente haciendo horas extras, que eran muy pocas veces.

Y fue así como una tarde, al levantar la vista, me encontré delante de mi mesa al jefe de personal, Reyes, alguien por quien yo no sentía muchas simpatías. Jugaba a dos bandas. Tenía un puesto de confianza en la empresa y parecía sentirse a gusto con los altos cargos y los dueños, pero a la vez se reunía con nosotros y parecía ser la persona más izquierdista del mundo. Se aprovechaba de la información confidencial de la que disponía, y nos ayudaba, aconsejaba o azuzaba, según el caso, para que nosotros planteáramos nuestras reivindicaciones a la empresa. Supongo que todo el mundo tiene derecho a tener sus ideas propias, y el hecho de ejercer un cargo no te impide pensar de una forma determinada. Pero nunca me ha gustado la gente hipócrita que se vale de engaños y defrauda la confianza de los que le rodean.




Aquella tarde vino a convencerme para que yo me presentara a las elecciones como número 1. Me dijo que había hablado con Marisa y que estaba de acuerdo, ella iría como número dos. No me gustó el asunto y dije que no lo veía claro. Entonces, como solía hacer cuando le interesaba, me hizo una buena cepillada de traje, para eso era único, como supe después: que si era la persona ideal, que la gente me quería y me votarían, que si mi carácter tranquilo era necesario para calmar a Marisa, que haríamos un buen equipo, que si ella era una persona inconstante e irascible y me necesitaba, que era la única persona a la que hacía caso, y blabla blabla blabla.

Entendedme, yo era muy joven e inexperta, ¿y a quién no le halaga que le hagan la pelota? A mi, desde luego, si me gusta. Y caí, inocente de mi, en la trampa. Y nos presentamos a las elecciones y ganamos, y a partir de ahí empezó un calvario, porque intentaba hacer bien mi trabajo como jurado de empresa, de forma responsable. Y no me dejaban. Había demasiados intereses ocultos, unos de tipo político, otros amorosos y emocionales, y yo en medio, intentando ser dueña de mis actos. Pero todo ésto forma parte de otra historia que contaré otro día.

1 comentario:

  1. Esperamos la continuación, las empresas y toda la gentecilla que hay.

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