26 de octubre de 2010

Un domingo en la carrera de la mujer

LLegué puntual a la cita: las 8,15 en la estación. Ya había allí un grupo numeroso de mujeres de varias asociaciones del pueblo formando una marea azul. Me costó localizar a las chicas de mi grupo, y eso que iban ataviadas con una camiseta distinta a la del resto, nuestra camiseta violeta, la que nos identifica en todas partes. Yo había sido la impulsora de esta idea y la más ferviente defensora de que fuéramos luciendo nuestras insignias, mostrando al mundo entero nuestro orgullo de ser y sentirnos Violetas. Pero a última hora, y por razones que no voy a contar, me presenté con la camiseta oficial, la azul, como la masa informe. Como dice mi amiga Mayka, soy una esquirola.

Después de unos minutos de espera, llegó el tren, y subimos todas en tromba. Ocupamos dos vagones, y los llenamos de risas, ruído y alegría mientras la gente, soñolienta, nos miraba con curiosidad.



Cuando llegamos a Arco del Triunfo, lugar donde comenzaba la carrera, aún faltaba algo más de una hora para que empezara, teníamos tiempo de sobra para todos los prolegómenos. Recogimos el chip, nos colocamos los dorsales, nos hicimos las fotos de rigor, y las que no habían desayunado se estuvieron reponiendo. No dejaban de llegar mujeres, de todas las edades, de todas las clases. También algunos hombres, unos acompañando a sus parejas, otros se acercaban sólo a curiosear.

Nos enteramos allí que iban a participar María Vasco y la presentadora Elsa Anka, como famosas que apoyaban la carrera y su buena causa. ¡Qué pocas! Fue la primera vez que tuve la sensación de que, a pesar del éxito de participantes, algo raro pasaba entre la carrera y los medios de comunicación.

Un speaker animaba el ambiente. Nadie le hacía caso. ¿Nadie?... no, en el grupo de Violeta hubo algunas mujeres que encontraron raro que el speaker no hablara de la carrera, de sus objetivos y sus motivos. Se acercaron a él y le preguntaron por qué se hacía esa carrera, y si estaba dedicada a alguna causa en concreto. Contestó que él no lo sabía. Y al decirles ellas que pensaban que era contra el cáncer de mama y por qué no lo mencionaba en sus parlamentos, replicó que no podía hacerlo porque no estaba seguro. Nuestra indignación fue enorme.

Descubrimos entonces gracias a Radio Macuto que sólo un euro de los seis que habíamos pagado iba dirigido a la Asociación española contra el cáncer. ¿Y el resto? ¿En qué se emplean los cinco euros restantes?


Los patrocinadores comenzaron a repartir cosas. Primero fueron los globos rosas, después latas de una conocida cerveza sin alcohol, y una bolsa con bandejas de canelones. Las chicas del grupo lo recogían todo, a mi no me seducía la idea de hacer la carrera cargada hasta los dientes, ya llevaba bastante peso. ¡Y hasta raviolis se repartieron! ¡Con que placer se los comía la gente! Debían estar exquisitos.

Y por fin llegó la hora de la carrera. Había tanta gente que tuvimos que hacer diez minutos de cola antes de llegar a la línea de salida.


Ya en la carrera, nuestra compañera Eva cogió la cabeza, marcando un ritmo tan intenso, que nos costaba seguirla. Gran parte del grupo se perdió, quedaron atrás caminando más tranquilamente. Todo el tiempo íbamos rodeadas de mujeres, era difícil adelantar, tampoco queríamos, íbamos hablando, riendo, bromeando, y sobre todo nos metíamos con Eva, que para ser la mayor, menuda caña nos estaba dando.

De vez en cuando, las corredoras aplaudían, o gritaban, nadie sabía por qué, pero todas las apoyábamos con nuestros propios aplausos. Había madres con los carritos de sus hijos, chicas con sus perros, niños y niñas, y algunos hombres, que nos acompañaban sin dorsal.

Al llegar a Las Ramblas, nos pasamos al paseo central, porque por el lateral era imposible andar por la acumulación de gente.


Por la Calle Caspe, cuando divisamos la torre Agbar, nuestra alegría fue indescriptible. Aunque la experiencia era emocionante y no nos sentíamos cansadas, pensar que ya faltaba poco para llegar a la meta nos dio nuevos impulsos.


Y sí, llegó la meta. Nos sentimos orgullosas por haber llegado, y también porque nuestro tiempo, 54 min según la organización, había sido bastante honroso. Es mejorable, y el año que viene hay que entrenar más, pero no ha estado mal para ser la primera vez.


Estuvimos reponiendo fuerzas, y esperando que llegara el resto del grupo. Queríamos haber participado en la marea humana que se hacía después de la carrera, pero parece ser que no llegamos a tiempo, se celebró bastante pronto. Fue una especie de espectáculo en el que las participantes sujetaron cintas rosas formando una especie de marea que golpeaba las rocas. Debió ser bonito.

También llegamos tarde a nuestra cita con el resto de asociaciones del pueblo para hacernos la foto oficial. Cuando llegamos al lugar acordado, ya se habían ido. Esta vez la causa fue los diversos encuentros casuales con personas conocidas, que nos entretuvieron más tiempo del que hubiéramos deseado.

Así que, cansadas y algo mustias, pero todavía no agotadas, cogimos el tren de regreso. Aún no había acabado nuestro día especial. Nos esperaba una suculenta comida en un restaurante. Se alargó la velada unas horas más mientras recuperábamos las fuerzas.


Fue al llegar a casa y buscar información sobre la carrera cuando descubrí que parecía que no hubiera existido. Busqué en las webs de los periódicos, y ninguno hablaba de ella, ni siquiera los deportivos. Las televisiones no la nombraron, sólo tv3 había hecho una breve reseña en el telediario del mediodía. ¿Cómo es posible que 10.000 mujeres y centenares de hombres ocupando las calles de Barcelona no merecieran ni una breve mención? ¿Eso no es noticia? ¿O será que somos invisibles, aunque seamos 10.000?

Hubo que esperar al lunes para leer algunas breves líneas en algunos medios de comunicación, tan breves, que si no las buscabas expresamente, pasaban desapercibidas.


2 comentarios:

  1. Como siempre unidas y realizando actividades positivas... Bravo por la asociación Violeta!!!

    Un beso.

    Natalia

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