Son muchas las series de televisión en las que las protagonistas son un grupo de mujeres, generalmente cinco, a veces cuatro. Y todas las tramas se montan alrededor de sus vidas y de sus historias.
La primera serie de este estilo que viene a mi memoria es "Las chicas de oro". La emitían allá por los 80 en la tele única, en TVE, y contaba las aventuras y desventuras de cuatro jubiladas en su retiro dorado de Miami. Recuerdo algunas anécdotas de esta serie, son flashes más que detalles, me he prometido a mi misma volver a verla porque estoy segura que voy a disfrutar tanto como la primera vez. La dueña de la casa, una viuda coqueta y ligona que tenía muy mala suerte con los hombres (Blanche). Rose, inocente, pueblerina y buenaza, nunca se enteraba de nada. Dorothy, que tenía un humor corrosivo y mucha mala baba, y su madre Sophia, que no se callaba ni debajo del agua.
Ya más recientemente, Mujeres desesperadas. No, no recuerdo los nombres de las protagonistas aunque he visto muchos capítulos, quizás sea por aquello de que a ciertas edades te acuerdas más de los hechos lejanos que de los recientes. O quizás sea porque no se pueden comparar. Es una serie entretenida, pero las historias no son reales y el humor, que también lo tiene, es menos inteligente y más extravagante. Sexo en Nueva York, Mistresses, Mujeres de Manhatan, The L word, Infidels... son multitud, y todas tienen una base común, un grupo de amigas de personalidades diferentes, que se reúnen en un lugar determinado que puede ser un bar, apartamento o piscina y que comparten sus historias y sus emociones.
En realidad yo hoy no pretendía hablar de ninguna de estas series a las que en algún momento he estado enganchada, ni siquiera de Las chicas de oro a las que tanto admiro, ya sea dentro o fuera del escenario, quería hablar de mi propia experiencia, de mi grupo de amigas de toda la vida. Se podría hacer con nuestras historias una serie de muchos episodios.
Nosotras somos cinco. Nos conocimos muy jóvenes, hace muchos años, en la empresa en la que todas trabajábamos y algunas siguen trabajando. Al principio, cada una tenía su grupo, sus ideas políticas y su vida social. El tiempo nos fue uniendo, porque es bien sabido que con los años se le da más importancia a las personas que a las ideas, y en nuestro caso, nos fuimos conociendo y adaptando las unas a las otras poco a poco, y aceptándonos tal como éramos, tal como somos.
No tengo muy claro cómo fue el proceso, cómo otras personas que también eran cercanas se fueron apartando o como nos fuimos alejando de personas afines y acabamos formando un grupo compacto y unido, nosotras cinco en una mesa del comedor, desayunando juntas cada día de la semana durante montones de años, compartiendo secretos, vivencias, cotilleos y otras cosas no tan agradables.
Nos peleábamos mucho, y cada una expresaba su enfado según su carácter, yo, de las más calladas, vivía en silencio mis disgustos, otras los exteriorizaban de manera explosiva. Los conflictos no eran generales, casi nunca nos afectaban a todas en conjunto, solían ser dos, máximo tres, las implicadas, y el resto ponía paz. Quizás, si no hubiera sido así, nuestra relación amistosa no habría durado tantos años.
Nos conocíamos tanto, que sólo con escuchar el saludo ya sabíamos nuestro estado de ánimo. Nos fuimos haciendo mayores y creciendo como personas, fuimos ocupando cargos de confianza dentro de la empresa, y es curioso, cada una en un área diferente, por lo que al intercambiar información nos colocábamos en una situación privilegiada. Conocer los entresijos de la empresa nos hacía sentir más fuertes y más seguras, y a la vez nos hacíamos respetar mucho más.
Paralelamente, a la vez que nuestra vida profesional, se fue desarrollando nuestra vida personal. Nos casamos, tuvimos hijos, hubo separaciones, enfermedades, inquietudes de todo tipo... todo lo compartíamos, y nos ayudábamos, y nos desahogábamos, o nos peleábamos...
Reformaron el comedor y juntaron todas las mesas en filas paralelas, había que comer en plan comunitario tipo ejército, pero no se atrevieron a tocar nuestra mesa. Es curioso, éramos como el pueblo galo de Astérix, el último bastión que se resistía al dominio del imperio romano, una mesa pequeñita al fondo del comedor rodeada de multitudes. Y allí, en ese pequeño habitáculo, se cocían muchos sabrosos guisos.
Nos llamaban Las chicas de oro. Tenía un doble sentido este sobrenombre, por una parte, éramos de oro porque todas teníamos en nuestro poder el reloj de ese metal que la empresa regalaba a los empleados que llevaban 25 años trabajando allí. Y por otra parte, también porque nos habíamos hecho mayores, no tanto como las protagonistas de la famosa serie, pero la gente joven quizás sí que nos veían así.
También nos llamaron de formas menos cariñosas, como "la mafia" o "Belleza y poder". Es que hay gente con muy mala leche. A nosotras de siempre nos ha gustado lo de Las chicas de oro, nos identificamos con esta expresión.
Luego vino la época de cambios. El primer cambio fue el de horario, se pasó de tener jornada intensiva a horario partido, y se cargaron la media hora del almuerzo. Así que ya no hubo razón para que aquella mesa permaneciera separada. La juntaron con las demás, aprovechando una nueva reforma del comedor, y además cambiaron la orientación de las filas.
Más tarde vinieron los despidos, la primera que salió rebotada fui yo, y la venta de la empresa. No tengo muy buen recuerdo de esa época, pero esta es otra historia, que contaré en otro momento.
Aún seguimos siendo amigas, y nos vemos de vez en cuando. No tanto como quisiéramos pòrque todas tenemos muchas obligaciones, pero cuando nos encontramos, es como si el tiempo no hubiera pasado, y sentimos que somos las mismas y que las otras son como siempre, y que hay un sentimiento muy fuerte que nos une. Se llama Amistad.
Y eso fue lo que sentí el Viernes pasado cuando nos vimos. Que nos seguimos teniendo mucho cariño, y seguimos siendo Las chicas de oro.
La primera serie de este estilo que viene a mi memoria es "Las chicas de oro". La emitían allá por los 80 en la tele única, en TVE, y contaba las aventuras y desventuras de cuatro jubiladas en su retiro dorado de Miami. Recuerdo algunas anécdotas de esta serie, son flashes más que detalles, me he prometido a mi misma volver a verla porque estoy segura que voy a disfrutar tanto como la primera vez. La dueña de la casa, una viuda coqueta y ligona que tenía muy mala suerte con los hombres (Blanche). Rose, inocente, pueblerina y buenaza, nunca se enteraba de nada. Dorothy, que tenía un humor corrosivo y mucha mala baba, y su madre Sophia, que no se callaba ni debajo del agua.
Ya más recientemente, Mujeres desesperadas. No, no recuerdo los nombres de las protagonistas aunque he visto muchos capítulos, quizás sea por aquello de que a ciertas edades te acuerdas más de los hechos lejanos que de los recientes. O quizás sea porque no se pueden comparar. Es una serie entretenida, pero las historias no son reales y el humor, que también lo tiene, es menos inteligente y más extravagante. Sexo en Nueva York, Mistresses, Mujeres de Manhatan, The L word, Infidels... son multitud, y todas tienen una base común, un grupo de amigas de personalidades diferentes, que se reúnen en un lugar determinado que puede ser un bar, apartamento o piscina y que comparten sus historias y sus emociones.
En realidad yo hoy no pretendía hablar de ninguna de estas series a las que en algún momento he estado enganchada, ni siquiera de Las chicas de oro a las que tanto admiro, ya sea dentro o fuera del escenario, quería hablar de mi propia experiencia, de mi grupo de amigas de toda la vida. Se podría hacer con nuestras historias una serie de muchos episodios.
Nosotras somos cinco. Nos conocimos muy jóvenes, hace muchos años, en la empresa en la que todas trabajábamos y algunas siguen trabajando. Al principio, cada una tenía su grupo, sus ideas políticas y su vida social. El tiempo nos fue uniendo, porque es bien sabido que con los años se le da más importancia a las personas que a las ideas, y en nuestro caso, nos fuimos conociendo y adaptando las unas a las otras poco a poco, y aceptándonos tal como éramos, tal como somos.
No tengo muy claro cómo fue el proceso, cómo otras personas que también eran cercanas se fueron apartando o como nos fuimos alejando de personas afines y acabamos formando un grupo compacto y unido, nosotras cinco en una mesa del comedor, desayunando juntas cada día de la semana durante montones de años, compartiendo secretos, vivencias, cotilleos y otras cosas no tan agradables.
Nos peleábamos mucho, y cada una expresaba su enfado según su carácter, yo, de las más calladas, vivía en silencio mis disgustos, otras los exteriorizaban de manera explosiva. Los conflictos no eran generales, casi nunca nos afectaban a todas en conjunto, solían ser dos, máximo tres, las implicadas, y el resto ponía paz. Quizás, si no hubiera sido así, nuestra relación amistosa no habría durado tantos años.
Nos conocíamos tanto, que sólo con escuchar el saludo ya sabíamos nuestro estado de ánimo. Nos fuimos haciendo mayores y creciendo como personas, fuimos ocupando cargos de confianza dentro de la empresa, y es curioso, cada una en un área diferente, por lo que al intercambiar información nos colocábamos en una situación privilegiada. Conocer los entresijos de la empresa nos hacía sentir más fuertes y más seguras, y a la vez nos hacíamos respetar mucho más.
Paralelamente, a la vez que nuestra vida profesional, se fue desarrollando nuestra vida personal. Nos casamos, tuvimos hijos, hubo separaciones, enfermedades, inquietudes de todo tipo... todo lo compartíamos, y nos ayudábamos, y nos desahogábamos, o nos peleábamos...
Reformaron el comedor y juntaron todas las mesas en filas paralelas, había que comer en plan comunitario tipo ejército, pero no se atrevieron a tocar nuestra mesa. Es curioso, éramos como el pueblo galo de Astérix, el último bastión que se resistía al dominio del imperio romano, una mesa pequeñita al fondo del comedor rodeada de multitudes. Y allí, en ese pequeño habitáculo, se cocían muchos sabrosos guisos.
Nos llamaban Las chicas de oro. Tenía un doble sentido este sobrenombre, por una parte, éramos de oro porque todas teníamos en nuestro poder el reloj de ese metal que la empresa regalaba a los empleados que llevaban 25 años trabajando allí. Y por otra parte, también porque nos habíamos hecho mayores, no tanto como las protagonistas de la famosa serie, pero la gente joven quizás sí que nos veían así.
También nos llamaron de formas menos cariñosas, como "la mafia" o "Belleza y poder". Es que hay gente con muy mala leche. A nosotras de siempre nos ha gustado lo de Las chicas de oro, nos identificamos con esta expresión.
Luego vino la época de cambios. El primer cambio fue el de horario, se pasó de tener jornada intensiva a horario partido, y se cargaron la media hora del almuerzo. Así que ya no hubo razón para que aquella mesa permaneciera separada. La juntaron con las demás, aprovechando una nueva reforma del comedor, y además cambiaron la orientación de las filas.
Más tarde vinieron los despidos, la primera que salió rebotada fui yo, y la venta de la empresa. No tengo muy buen recuerdo de esa época, pero esta es otra historia, que contaré en otro momento.
Aún seguimos siendo amigas, y nos vemos de vez en cuando. No tanto como quisiéramos pòrque todas tenemos muchas obligaciones, pero cuando nos encontramos, es como si el tiempo no hubiera pasado, y sentimos que somos las mismas y que las otras son como siempre, y que hay un sentimiento muy fuerte que nos une. Se llama Amistad.
Y eso fue lo que sentí el Viernes pasado cuando nos vimos. Que nos seguimos teniendo mucho cariño, y seguimos siendo Las chicas de oro.
felicidades! yo ya firmaba ;)
ResponderEliminarPD: teníais que haber conspirado más y haber dado un golpe de estado en condiciones
Pues sí felicidades, eso está muy bien, después de tanto tiempo mantener la amistad.
ResponderEliminarQue lo disfrutéis mucho más!
Y sí que estaría bien alguna de esas conspiraciones.
Que bonita historia de amistad que perdura a lo largo de los años.
ResponderEliminarEnhorabuena por tener lo que tienes, hay que valorar eso que anda escaso en los tiempos en que vivimos, la Amistad.
Un beso.