Ya he explicado en alguna parte que mis inicios en el mundo asociativo fue con un grupo de esplai. Un esplai un tanto original que comenzó formando parte de la parroquia del pueblo y acabó haciendo actividades en la calle con los niños.
A la vuelta de las vacaciones de verano de aquel primer año de existencia del grupo, nuestras condiciones de trabajo mejoraron notablemente. Aún no habían llegado los Ayuntamientos democráticos, pero ya había cierta sensibilidad en el consistorio hacia las inquietudes de los jóvenes. Estuvimos pidiendo y machacando a base de instancias un local para poder desarrollar nuestras actividades, y al final nos lo concedieron. Era un lugar que durante unos años se había usado como colegio y a principios de curso quedó vacío cuando las aulas se trasladaron a un instituto recién construido.
El local era enorme. Tres salas grandes y dos lavabos, que por cierto estaban muy sucios, la taza del wáter tenía incrustadas unas extrañas sustancias de color indefinido y eliminarlas nos costó unas cuantas horas y varios litros de salfumán. Mi prima Ana(que aún no era mi prima, por entonces sólo era amiga, hasta unos años después que se casó con uno de mis primos) y yo, estuvimos todo un día entero limpiándolos. La ilusión podía con todo, hasta con el asco que sentíamos cuando metíamos nuestras manos enguantadas por aquel conducto extraño.
Ese año habíamos comenzado a hacer un cursillo de monitores. No era necesario para trabajar con niños, como lo es ahora, pero nosotros queríamos prepararnos para hacerlo lo mejor posible. Así que nuestra agenda semanal quedó completa, ni un minuto libre nos quedaba. De lunes a Viernes, trabajo por la mañana, estudios por la tarde. El sábado por la mañana también trabajo, por entonces no existía la semana inglesa. Sábado por la tarde, esplai con nuestros niños. Y domingo, curso de monitores. Con ese plan de trabajo estuvimos varios meses.
Lo que más me gustaba del curso eran los bailes, los juegos y las canciones que aprendíanos, lo que menos, los trabajos manuales. También eran muy interesantes las sesiones teóricas de psicología y pedagogía, y las de animación de grupos. Los conocimientos que adquirí me ayudaron mucho posteriormente en la vida laboral, donde pude ponerlas en práctica tanto como en nuestras veladas de esplai.
"La bella polenta", una canción tradicional italiana que describe las fases del maíz, desde que se planta hasta que se come en esa especie de potaje tradicional que data de tiempos inmemoriales. A nuestros niños le encantaba. Y a nosotros nos gustaba cantarla sobre todo cuando teníamos público, ¡Cómo molaba que el mundo mundial se enterara de que sabíamos cantar en italiano!
A mi particularmente me gustaba esta otra canción que cantábamos, mejor dicho, que destrozábamos, a varias voces.
Las danzas del Far West, las llamábamos así antes de que llegase la moda del Country, eran las que más éxito tenían, tanto entre los monitores como entre los niños.
Y por suspuesto, el eram sam sam. Esa le gustaba también a los padres, que se partían de risa cuando la canción cogía velocidad y tenían que tocarse el culo y tirarse al suelo a ritmo frenético. En esta versión descafeinada que he encontrado en youtube los niños se tocan el hombro y la cabeza cuando dice "culi culi", pero no es la auténtica.
Otro de los juegos que aprendimos en aquel curso fue el "¡Oh gran amigocho!". Uno de los jugadores ordenaba lo que tenían que hacer los demás, todos estaban sentados en el suelo, en corro. Siempre se empezaba saludando estilo indio, con la mano derecha levantada, y diciendo "Oh gran amigocho", y el resto repetía todo lo que el gran jefe decía o hacía. El objetivo era formar figuras esperpénticas que hicieran difícil guardar el equilibrio y que causaran risa. Por ejemplo: "con la mano derechocha, coged la narizocha del compañerocho de la izquierdocha, y con la mano izquierdocha coged la piernocha del compañerocho de la derechocha". Sí, sé que es difícil de entender, pero probad a jugarlo en alguna fiesta cuando estéis en grupo, veréis lo divertido que es.
Al acabar el curso, los nuevos monitores pasamos un fin de semana en una casa de Castelldefels. Procedíamos de varios grupos de diferentes localidades, y el objetivo era poner en práctica todo lo que habíamos aprendido. Hicimos juegos, y reuniones más serias en las que hablábamos de nosotros mismos. Recuerdo en concreto la del Sábado por la tarde, dirigida por Pau Garsaball, un psicólogo hijo del conocido actor catalán del mismo nombre. Consiguió que nos abriéramos y habláramos de nuestros sentimientos, y de cosas que habitualmente no sacamos al exterior.
Tuve la oportunidad de volver a coincidir con Pau por cuestiones profesionales. No sé si aún sigue ejerciendo de psicólogo, lo que sí sé es que a veces ha hecho de guionista en varias series de TV3, siguiendo la estela paterna. Si lo ha dejado, sería una lástima, era un gran psicólogo, y sabía como llegar a la gente.
Hola guapa, ayer no presentó una amiga en común (Magdalena)en la presentación de Elena en el Fomento, no se como de casuelidad he llegado hasta tu blog.
ResponderEliminarBueno pues solo saludarte y pasa cuando quieras por mi blog.
Un beso.