Este último fin de semana el Barça ha ganado su cuarta copa de Europa y ha llevado la alegría a mucha gente. Yo, como culé veterana que soy, he disfrutado del momento como otras muchas personas de todas partes del mundo. Mi parte racional me dice que un deporte tan machista, en el que once tíos corren detrás de una pelota dándose patadas y mostrando su agresividad, no tendría que producirme ninguna sensación que no fuera la del rechazo. Pero mi parte irracional se deja llevar por una serie de sentimientos que no me sé explicar. Algo tendrá este deporte-espectáculo que llega de esa forma al corazón de las masas.
Atrás quedaron los tiempos en que el Barça nos daba un disgusto detrás de otro, y pocas veces ganaba algo. Aquella final de Sevilla, por ejemplo, de principios de Mayo de 1986. Enfrente estaba el Steaua de Bucarest, un equipo muy asequible, con poco nombre. El Barça era el favorito, mejores jugadores, más presupuesto, jugaba en casa... lo lógico era que ganara. Pero no... 90 minutos, más treinta de prórroga, parecía que ninguno de los dos equipos quería marcar un gol, podían haberse tirado toda la noche jugando y el resultado habría sido el mismo: 0-0. Y llegó la tanda de penaltis y la pelota seguía sin querer entrar, los jugadores azulgranas no metieron ni uno, y los del Steaua dos. Se llevaron la copa.
Fue una final muy triste. No pude verla por televisión ni escucharla por la radio, en aquellos momentos estaba en el hospital acompañando a mi madre, que estaba muy grave. Nos turnábamos mis hermanas y yo, porque la enfermedad duraba desde hacía tiempo y teníamos que atender también nuestras obligaciones familiares y laborales. Cuando llegué a casa no quise ver aquella gran decepción y me fui a la cama pensando que era normal que algo así hubiera pasado en unos días en loS que todo era muy negro.
Muchos compañeros y compañeras de trabajo habían pedido un par de días de fiesta para viajar hasta Sevilla. A su regreso, rotos por el cansancio, contaban decepcionados la amarga experiencia. Aquella no pudo ser la primera Copa de Europa del Club, y contribuyó a desarrollar ese espíritu sufridor y temeroso de los aficionados del Barça que nos ha caracterizado durante tantos años.
A mi me preocupaba poco aquella debacle deportiva. Estaba centrada en mis problemas personales. Unos días después murió mi madre, estaba a solas con ella en una habitación individual del Hospital Clínico donde la habían trasladado para que pasara sus últimos momentos. Ver como la vida se le escapaba sin que yo pudiera hacer nada... eso si que fue doloroso.
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