13 de septiembre de 2011

Vacaciones pueblerinas (I)


Cuando llega el verano, mi familia se prepara para la clásica visita al pueblo y la vuelta a lo que algunos llaman raíces y para mi es sólo un regreso a la infancia. Año tras año, ya se han convertido en rutina toda una serie de comportamientos que repetimos minuciosamente como si estuvieran escritos en un guión.

La salida de Barcelona es muy temprano, con la fresca, el maletero del coche a tope, apretujadas en su interior unas cuantas maletas y multitud de objetos que, desechados en la vida diaria, suponemos que aún pueden alargar su servicio en el pueblo. El primer tramo del viaje es el más agradable, sobre todo si hay suerte y no encontramos accidentes en la carretera que se fijen en nuestra retina y nos hagan sentir temor, o las molestas caravanas en los peajes...

El desayuno, en la autopista, muy cerca de Valencia. La comida, en La Mancha, a poder ser en Santa Cruz de Mudela. Aunque hay varios restaurantes, siempre elegimos el mismo, hay menú económico y se come bastante bien. El peor tramo es el que hacemos después de la comida, con el estómago lleno y un sol de justicia. Pasado Despeñaperros la carretera parece no tener fin, el asfalto brillante, casi fundido, y el aire acondicionado al máximo. Córdoba no llega nunca. Pero sí llega, un par de horas después, y la pasamos, y nos plantamos en nuestra parada favorita, en El Vacar, una aldea de Espiel que está junto al militar Cerro Muriano. Allí tomamos el último café con hielo y recabamos provisiones en una tienda rural: pan, huevos de gallina de campo y algo de fruta, tomates, o lo que se considere necesario.