Toda mi vida he sido una lectora fiel de periódicos. De siempre me ha gustado llevar mi periódico preferido doblado entre mis libros, o debajo del brazo, a mi entera disposición para llenar los pequeños ratos de ocio. Ha sido así hasta hace unos pocos meses que, harta y desengañada por la insistente defensa de oscuros intereses que exhiben los medios de comunicación, he decidido no gastar ni un euro más en comprar un diario.
El primer diario que entró en mi casa fue el Ya. Lo compraba mi padre todos los domingos, en una época en la que muy poca gente leía. Se decía por entonces que la línea que seguía el Ya era aperturista, sin embargo a mi me parecía que había demasiadas noticias relacionadas con la religión católica.
Tras el traslado familiar a Barcelona, y una vez los escasos ingresos de mi primer trabajo me lo permitieron, me acostumbré a comprar el "Tele-Exprés". No lo adquiría diariamente, porque la economía familiar no daba para grandes dispendios, sólo cuando podía, y por las tardes, pues era un periódico vespertino. Solía leerlo en el autobús en el camino de ida o regreso a la Universidad. Me gustaban especialmente las columnas de Manuel Vázquez Montalbán y de Joan de Segarra, y en líneas generales el tono del periódico que, éste sí, era abierto y progresista, aunque sin exagerar.
Fue en el Tele-Expres donde descubrí a Montserrat Roig, escritora a la que luego seguí con mucho interés y admiración hasta su temprana muerte. Ella escribía en un suplemento literario en catalán, un cuadernillo de color salmón en el que también colaboraba Josep Mª Carandell. Guardo los recortes de muchos de estos artículos.
Tele-Exprés entró en una dinámica muy inestable, cambio de directores, fuga de periodistas, nuevos dueños... todo ello afectó a la calidad del periódico, y fue perdiendo lectores. A su vez, otras cabeceras ocuparon el espacio progresista con mucha más fuerza y radicalidad, como Mundo Diario, que, en palabras de la época, se quedó con todo el rojerío de la ciudad.
Lo mejor de Mundo Diario era que recogía las noticias de los pueblos y comarcas de Barcelona, y a veces te enterabas de lo que pasaba en tu ciudad, en tu calle, en tu empresa, y hasta en tu escalera leyendo la sección correspondiente. Huelgas, manifestaciones, detenciones, noticias sobre sindicatos, sobre partidos políticos y personajes de izquierda... los colaboradores y corresponsales de Mundo Diario no se detenían ante nada, por muy peligroso que pareciera. Como información sobre el mundo clandestino, era el número 1, y toda la progresía presumía de leerlo. También tenía columnistas de primera línea, casi todos los que seguía en Tele-Exprés y algunos más.
Pero Mundo Diario era un periódico que no me enganchó. No sabría decir por qué, es algo que me ha pasado con otros diarios que teóricamente están dentro de mi esfera ideológica, como El País, y que compro y leo ocasionalmente pero no se ganan mi fidelidad porque no me llegan.
En aquella época de búsqueda de nuevo diario también probé con Catalunya Express, que al igual que Mundo Diario pertenecía al Grupo Mundo. Me encariñé con él desde el primer número que se publicó, a finales de 1976, quizás porque era una aventura que anunciaba fracaso y activaba mi espíritu de protección. Era vespertino, me venía bien comprarlo en el quiosco que estaba junto a la empresa en la que trabajaba, y por entonces hacía turno de tarde. Lo leía en el trabajo. Tenía un tono desenfadado y algo sensacionalista, y mucho deporte, una fórmula que El Periódico mejoró notablemente.
Catalunya Express duró muy poco tiempo. El grupo Mundo, que también había comprado Tele Exprés, se derrumbó, su propietario, Sebastian Auger, huyó de España para no tener que enfrentarse a la justicia. Fue uno de los escándalos más sonados de la época. Hubo suspensión de pago, se cerraron todas sus publicaciones, cientos de trabajadores en la calle... Unos años después Auger regresó y fue condenado a un año de cárcel por un delito menor de los que sólo cumplió unos días. Seguramente en aquella persecución hubo muchos ajustes de cuentas.
Finalmente, el último periódico al que he sido adicta, y durante muchos años, es El Periódico. Durante unas cuantas décadas lo he estado comprando diariamente, sin faltar un sólo día. Me lo traía una compañera de trabajo de la librería que tenía su familia, y lo leía de 7 a 8 de la mañana en el trabajo, mientras me despertaba, antes de que llegaran los jefes.
Con la crisis llegaron las restricciones, la compra diaria se redujo al fin de semana. Así estuve durante un par o tres de años, hasta que apareció la revista Yo dona y mi paciencia se agotó. Hacía ya tiempo que no entendía el posicionamiento de El Periódico ante las noticias de actualidad, ni tampoco el tratamiento tan hostil a las políticas del Tripartito. Se supone que un medio de izquierdas debe defender políticas de izquierda, y no unirse al pim pam pum rabioso de los medios de derecha.
Pero fue la revista Yo dona, que empezó a distribuir el Periódico con el ejemplar de los Sábados, la gota que colmó el vaso. La revista está dirigida a las mujeres y, según publicitan, trata sobre los temas que nos interesan: moda, belleza, decoración, cocina... y hay un montón de fotografías de modelos y anuncios de productos de belleza. Sé que otros periódicos de izquierda, como el País, han incorporado revistas de este tipo en las que se promueve la idea de mujer florero. Además, Yo Dona pertenece al grupo El Mundo y también es distribuida por ese periódico. ¿En qué punto estamos? ¿El Periódico me está transmitiendo los mismos valores que El mundo?
Es bien sabido que todos los medios de comunicación nos manipulan, pero quiero elegir ser manipulada por alguien que esté próximo a mis principios morales. Y ahora pasa que El Periódico no me trata como lectora, sino como consumidora. Cuando abro sus páginas busco información cierta y responsable, busco periodismo, y a ser posible con talento. Y como no me lo da, he dejado de comprarlo.
Los periódicos de papel están muriendo. Como dice un amigo mío, su muerte no es natural, es un suicidio. Están llenos de mediocridad, los contenidos son cada vez peores, y no hay crítica independiente, sino corporativismo y autocensura. Ante esta situación, ya no busco nuevo periódico para ofrecerle mi fidelidad, me limito a leer las noticias por Internet y a seguir algunos blogs excelentes que, esos sí, están llenos de compromiso y de buen periodismo.
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