Guardo como oro en paño una pequeña cartera que perteneció a mi abuela y que descubrí hace muchos años en una caja llena de viejos recuerdos de mi madre. Dentro, un carnet de la Caja Nacional del Seguro de Vejez e Invalidez de principios de los 50, una estampita de la Virgen con el niño Jesús en brazos, y un puñado de billetes de la segunda república.
A mis ojos adolescentes tal cantidad de dinero aparecían como una gran fortuna. Y en realidad lo era, en la época en la que se utilizaban tenían mucho valor, pero de la noche a la mañana pasaron a ser papeles inservibles. Desde el primer momento me intrigó la historia que escondían aquellos billetes, pregunté a mis padres, y ante la falta de respuestas, la completé con un poco de fantasía.
En mi casa no se hablaba de la guerra civil, era un tema tabú. Sé que mi padre estuvo en el bando nacional y mi madre en el republicano, que el único hermano de mi madre murió en el frente y el resto de la familia tuvo que huir a Castuera abandonando sus escasas pertenencias, que la casa familiar fue saqueada como el resto de las casas del pueblo y se quedaron sin nada, que vivieron con terror los bombardeos de la aviación nacionalista, y que el dinero que llevaban encima era todo su capital. Son retazos de un horror que me llegaba a través de anécdotas sueltas que se escapaban en conversaciones insustanciales.