Tengo una casa en el pueblo, en el pueblo de mis padres, en el pueblo en que nací. Es una casa vieja y destartalada, se la ha reformado sólo lo justo para mantenerla en pie y para hacerla habitable unas semanas al año en el mes de Agosto durante las vacaciones. Tiene una parte antigua que se conserva tal y como era hace un siglo, o quizás más, con el suelo de baldosas rojas, el pasillo empedrado por donde antiguamente pasaban los animales para llegar a las cuadras, el techo abovedado y una campana enorme en el salón sobre una chimenea que hace decenas de años que no se usa.
También tiene una parte nueva, con un comedor, una cocina y un cuarto de baño. El antiguo corral, se ha convertido en patio y cochera. Antes había tres olivos que plantó mi padre por cada una de las hijas que tuvo, ahora nada más queda uno, el del medio, y se está convirtiendo en un problema porque está enfermo y se ha hecho tan grande que es un peligro para las paredes de los vecinos. Lo más práctico sería cortarlo, pero no pienso hacerlo, la sombra que da en los días de canícula veraniega es impagable.
Heredé una tercera parte de la casa cuando murió mi padre. Años después, tras la muerte de mi madre, que era en realidad quien la mantenía viva, mis hermanas quisieron venderla, porque mantener una casa antigua cuesta mucho dinero y da pocas satisfacciones. Y yo, que siempre he sido así de ilusa, no pude soportar la idea de perder algo que había estado en manos de la familia durante muchas generaciones, sentía que era como perder las raíces y que decepcionaría a mis padres, así que compré a mis hermanas su parte y me convertí en feliz propietaria de una casa "rústica" en un pueblo del sur con encanto.