20 de mayo de 2017

Mujeres del 36 (1): Soledad Real


Soledad Real López nació en el barrio de La_Barceloneta, hija de una bordadora y de un obrero metalúrgico, un labrador de Almansa (Albacete) emigrado a Barcelona. Su infancia fue muy triste, como hermana mayor se vio obligada a ayudar en las tareas domésticas desde muy pequeña y a los 9 años empezó a trabajar cosiendo a domicilio para una modista del barrio.

Las relaciones con su madre fueron muy conflictivas, Soledad lo contó con voz propia en diversos medios. Su madre era de clase acomodada, era huérfana de un militar y había sido educada en un colegio de pago. Su novio la abandonó tras dos años de relaciones, y este hecho la dejó muy marcada socialmente. Nunca llegó a aceptar su condición de esposa de un obrero metalúrgico, madre de tres hijos, que malvivía en una de las minúsculas casas de la Barceloneta. Su frustración personal, solía descargarla en sus hijos.

En cambio, con la figura de su padre sí que se llegó a identificar. Antes de llegar a Barcelona, Valeriano Real ya había sufrido cárcel y castigos durante su dilatado Servicio Militar. Militante de UGT, de ideología socialista y preocupado por el desarrollo cultural y político de la clase trabajadora, participó activamente en las huelgas de la Maquinista.

La vida laboral de Soledad se desarrolló toda en el ramo de la confección. De su primer trabajo pasó a una fábrica de pañuelos y después a una de impermeables. A los 12 años ganaba 12 pesetas semanales por un trabajo peligroso en el que manipulaba productos químicos, y que estaba prohibido para niños. Cuando se proclamó la Segunda República, hecho que acogió con esperanza y entusiasmo, trabajaba de lencera en una tienda infantil.

A los 16 años, conoció al que sería su primer marido, Rafael Garcia, que la inició en el comunismo, y la animó a ingresar en el Avanti, un club cultural y deportivo de inspiración comunista. En el Avanti, a través del contacto con compañeros y compañeras, así como con las lecturas políticas, se forjaron sus convicciones políticas.

Tres años más tarde ingresa en las Juventudes Comunistas, iniciando su actividad en el mundo político, una actividad que no pararía hasta su muerte en el año 2007.  Al inicio de la Guerra Civil se integró en las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña (JSUC) creadas en Junio de 1936 a partir de la fusión de las juventudes socialistas y comunistas,

Una vez dominado el intento de golpe de estado en Barcelona, el Avanti organizó una centuria integrada por varones para marchar al frente. Rafael era uno de los integrantes, y con ese motivo forzó su matrimonio con Soledad, aunque la relación ya estaba muy deteriorada. En todo caso, con el inicio de la guerra comenzó para ella una etapa de liberación y de crecimiento personal que le llegó a través del activismo militante, al que le dedicaba todas sus fuerzas.

El día de su boda. 1936

Durante el transcurso de la guerra, se volcó en el trabajo solidario de las mujeres en la retaguardia. Debido a la excepcional situación provocada por el conflicto bélico, las mujeres pudieron acceder a puestos de trabajo remunerados abandonados por los hombres que marcharon al frente, aunque en situaciones de discriminación salarial. Y a la vez, desarrollaron acciones solidarias como la creación y mantenimiento de hospitales, talleres de confección de uniformes, comedores, guarderías, etc. A organizar ese trabajo solidario se dedicó Soledad Real preferentemente en su barrio, que a menudo era objetivo de los bombardeos durante la guerra.

En ese período, también se estuvo  formando políticamente en la escuela de cuadros de Lina Odena y participó en el proceso de creación de la Alianza Nacional de la Mujer Joven. Paralelamente a su desarrollo personal, su relación con  Rafael García fue empeorando progresivamente, hasta el punto de que él la maltrataba durante sus permisos. No veía con buenos ojos que ella tuviera cada vez más cargos de responsabilidad y fuera más independiente. En Septiembre de 1938 Rafael Garcia se suicidó en el frente de Aragón, la noticia afectó tanto a Soledad que tuvo que ser internada en una casa de reposo de un pueblo de Catalunya.

Al final de la guerra regresó a la actividad política, ayudando a la evacuación de los republicanos, hasta que ella misma también se exilió. Después de estar internada en diferentes campos de refugiados, las autoridades francesas la obligaron a volver a España por la frontera de Hendaya el 1 de Noviembre de 1939, en aplicación del decreto Daladier sobre la seguridad del estado.

Tras una breve estancia en Valencia en casa de unos familiares, regresó a Barcelona decidida a enfrentarse a todos los peligros. Se instaló en el barrio de la Barceloneta, en un piso contiguo al de su madre, junto a dos compañeras de partido. Se incorporó a la lucha antifranquista, participando activamente en la reconstrucción del PSUC y las Juventudes. Su piso fue el centro de muchas reuniones clandestinas. Fue entonces cuando conoció a Josep Fornells, un compañero de las JSUC con quien mantuvo una breve e intensa relación.

Fue detenida el 23 de agosto de 1941 junto a gran parte de su grupo y trasladada por la policía a la comisaría de Vía Layetana, donde recibieron todo tipo de torturas e interrogatorios durante 28 días. Estando en la cárcel de Les Corts, se entera que Josep Fornells había sido detenido, torturado y asesinado en la comisaría de Vía Layetana. Fue condenada a 30 años de prisión, de los que cumplió 16 en diversas prisionesː Les Corts (Barcelona), Torrero (Zaragoza), Ventas (Madrid), Málaga, Segovia y Alcalá de Henares.

En la prisión de Les Corts. 1943

Fue en este espacio exclusivamente femenino, el de las prisiones de mujeres, donde Soledad Real tomó conciencia feminista y decidió que su lucha sería, por encima de todo, por la emancipación de las mujeres. Sin abandonar su ideario comunista, comenzó a reflexionar de manera crítica sobre su experiencia política y a trabajar para que se reconociera la importancia que las mujeres habían tenido en las luchas pasadas y pudieran acceder a las tareas y puestos relevantes en los propios partidos políticos.

Estando en Málaga, Soledad entabló relación epistolar con un preso madrileño del penal de Burgos, Francisco Rebato, que con el tiempo se convertiría en su segundo marido. Cumplió su condena dos años antes que ella, y fue entonces cuando pudo conocerla personalmente, al visitarla en la cárcel de Segovia.

Salió Soledad de la cárcel bajo libertad condicional el 16 de junio de 1957 con la prohibición de residir en Barcelona y provincia. Se instaló en Madrid y se casó con Paco Rebato. Vivían en una chabola del barrio del Lucero propiedad de los padres de él, siempre bajo vigilancia policial, y con la amenaza, tanto ella como su marido, de perder la condicional en cualquier momento y volver a la cárcel.

Paco volvió a ser encarcelado, y entre 1961 y 1965 Soledad vivió la faceta de mujer de preso, compaginando la supervivencia cotidiana con las visitas a la prisión de Burgos y las ayudas económicas a su marido. Esta tarea, la de mujeres que sacaban adelante a sus familias y a la vez atendían a sus maridos presos, fue mayoritariamente desempeñada por mujeres. En cambio, los hombres que tenían a sus mujeres presas, recurrían a sus madres y hermanas para solucionar sus situaciones, pues ellos por sí solos no se veían capaces.

A las puertas de las cárceles volvió a ver Soledad a algunas de sus amigas que habían compartido prisión con ella y que ahora tenían su mismo problema, es decir, a sus maridos encarcelados. Se organizaron para enfrentarse a la represión franquista, y efectuaron campañas arriesgadas para el clima de la época que incluían manifestaciones ante las cárceles,  presentaciones de peticiones de liberación o amnistía, denuncias de malos tratos y conferencias de prensa clandestinas.

Familiares de presos

Como consecuencia de esta actividad, fue detenida nuevamente y permaneció en los calabozos de la Dirección General de Seguridad de Madrid durante 72 horas. Después de esta negativa experiencia, buscó una nueva manera de dar salida a su inquietud política, y dado el desinterés de su propio partido en hacer participar a las mujeres, se centró en el activismo feminista. Con la ley de Asociaciones de 1964 el régimen franquista impulsaba la creación de grupos de amas de casa, dirigidos por responsables de la Sección Femenina. El Partido Comunista, a través del Movimiento Democrático de Mujeres, constituido en 1965, impulsaba la participación de sus militantes en estas para infiltrarse en ellas y llevar su mensaje a un mayor número de mujeres. Soledad se implicó, concretamente, en la Asociación Castellana de Amas de Casa y Consumidoras.

Otro espacio que frecuentó fue el club de amigos de la UNESCO (COUM), donde tuvo ocasión de reunirse con antiguos presos y presas de su partido, y participar en debates en uno de los pocos lugares donde se hablaba con libertad en el Madrid de la época (finales de la década de los 60).

En los años 80, se integró en la Asociación Flora Tristán. Con este grupo trabajó en los barrios y terminó participando en la Asociación de vecinos del barrio del Lucero, en la vocalía de mujeres. Una de las primeras reivindicaciones que consiguieron fue el Centro Cultural de las mujeres del Lucero, un local propio para las mujeres del barrio. A este espacio le dedicó su tiempo y sus energías durante muchos años, dejando una huella difícil de olvidar.

Fiesta en el Centro de la mujer (Barrio del Lucero)

A principios de la década de los 80, sus testimonios y vivencias fueron publicados en un libro, Las cárceles de Soledad Real, de Consuelo García. Era un texto recopilatorio de entrevistas orales. SU testimonio también está recogido en un documental de la Fundación Pere Ardiaca.

La intransigencia que Soledad encontró en su partido y la incomprensión de su idea de ser comunista y feminista a la vez, la hizo abandonarlo en los años noventa. El año 1999 se presentó como candidata al Parlamento Europeo por el Partido Feminista. También se dedicó a dar charlas y conferencias hablando de las mujeres en las prisiones y sobre la represión de la dictadura. Fue muy especial su relación con la Librería de mujeres de Madrid.

Años después de la muerte de su marido, se trasladó a vivir a Barcelona en el 2003 para pasar sus últimos días. Vivió en la Residencia de ancianos Collserola, desde donde colaboró con la Fundación Pere Ardiaca, que la hizo socia de honor.  Falleció a la edad de 89 años el 6 de febrero de 2007 en Barcelona.

Los testimonios de esta gran mujer y excepcional activista han sido esenciales para entender la vida de tantas mujeres de su generación que sufrieron las injusticias infringidas a las mujeres proletarias durante la guerra y la posguerra, y que dejaron una huella profunda en todos los lugares por los que pasaron. El legado que nos ha dejado, tanto el visible como el invisible, es inmenso, y es de justicia que se recupere y se de a conocer.


Fuentes en las que me he documentado:




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