Hoy voy a escribir sobre María Purificación Gómez González, que fue alcaldesa de A Cañiza, Pontevedra, durante la segunda República española. Durante muchos años su memoria se ha conservado sólo en su familia, ya que el régimen franquista la hizo desaparecer de la historia y posteriormente la democracia no le reconoció la importancia que se merecía.
María nació en un pueblo de la provincia de Córdoba, Bélmez, el 6 de febrero de 1905. Era hija de cordobés y gallega. Su padre era ingeniero de vías y obras, y trabajaba en el ferrocarril. Posteriormente la familia cambia de residencia y se traslada a Vigo. Es en esta ciudad donde María se forma, desarrolla su interés por la cultura y comienza su afición por la poesía, escribía poemas y algunos incluso llegaron a ser publicados en la prensa comarcal.
Su admiración por la figura de Manuel Azaña despertó su vocación política, y las ideas republicanas se asientan en su cerebro. Ella era una persona moderada y algo conservadora, aunque con la firme creencia de que la sociedad española carecía de justicia social, trabajo, comida y educación para el pueblo. No era una revolucionaria, sólo quería mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. Pensaba que para cambiar las cosas era necesario participar en la vida política, y lo hizo afiliándose al partido Izquierda Republicana. Tenía en aquel momento 29 años recién cumplidos, estaba casada con un maestro de escuela con plaza fija en A Cañiza, y tenía 4 hijos. Su fuerte personalidad y su espíritu inquieto la convirtieron en una mujer atípica en aquella época y en el medio rural.
Tras las elecciones municipales del 16 de febrero de 1936, María se convierte en alcaldesa con el apoyo del partido socialista, en aquel momento la única en toda Galicia. Su mandato no fue fácil, primero por las múltiples conspiraciones de sus compañeros de consistorio, con los que llegó a chocar en muchas cuestiones, después por la complicada situación política que se vivía en una España fracturada.
Unos días después del alzamiento militar, recibe del Gobernador de Pontevedra la orden urgente de que tome las medidas necesarias para la defensa de la República, y que organice la requisa de todas las armas. El 21 de julio de 1936 los guardias de Asalto de Pontevedra entran en el Ayuntamiento de A Cañiza sin encontrar ningún tipo de resistencia, aunque encuentran 39 escopetas, 3 pistolas y 800 cartuchos de caza. Inmediatamente, María es detenida y llevada a la prisión de Ribadavia, Orense.
Estando en la prisión, en Vigo, pasa los días con gran nerviosismo, con la sentencia de muerte como una espada de Damocles sobre su cabeza. Cada vez que los funcionarios la llamaban por su nombre, pensaba que era para darle "el paseo". Mientras tanto, su familia no escatimaba esfuerzos para conseguir su libertad, incluso alega estar embarazada para ganar tiempo. Es reconocida por un alférez médico que dictamina que es posible que esté embarazada. Este dictamen le salva la vida, le permitió esquivar la pena de muerte, y más tarde conmutar la condena por cadena perpetua.
Es trasladada a la prisión de Saturrarán, en Guipúzcoa, un antiguo seminario reconvertido en prisión de mujeres, bajo la vigilancia de las despiadadas monjas mercedarias. Era un lugar muy bonito donde muchas mujeres sufrieron el horror del hambre, la enfermedad y la muerte. Aunque María era una privilegiada, al igual que las presas del PNV, que recibían todo lo que necesitaban de sus familias, eso no la libró de vivir situaciones muy duras. También encontró allí a su mejor amiga, Urania Mella, hija del pensador anarquista gallego Ricardo Mella.
En 1943 obtiene la libertad, después de haber sido conmutada la cadena perpetua por una condena de 12 años y 1 día. Se instala en Lugo, con sus hijos. Cuando Urania sale de la cárcel en 1945, junto a su hijo Raúl se instala con ella, aunque muere poco después de un tumor cerebral que no había sido tratado en la cárcel. Los inicios fueron muy duros, hacían fajas, y de esta manera mantenían la casa. María preparó unas oposiciones de enfermería, después de cancelar sus antecedentes penales, las aprobó, y estuvo trabajando como enfermera de vacunaciones hasta su jubilación en 1977.
Nunca abandonó su afición por la literatura, participó como guionista en una serie de programas de radio, escribiendo bajo el seudónimo de Maruja de Córdoba. Murió el 23 de febrero de 1986, a los 81 años de edad, lúcida y fiel a sus ideas republicanas
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