En mis recuerdos de infancia, el mes de Mayo era un mes especial. Pertenezco a esa generación que vivió los últimos años de la dictadura franquista, y la religión católica y sus ritos formaban parte en la cotidianidad de nuestras vidas. En la escuela, las niñas estábamos separadas de los niños. En la mía, las clases de las niñas estaban en la planta baja, las de los niños en el primer piso. Entrábamos por puertas distintas. Nos formaban en filas y por clases en la calle, por la mañana y por la tarde, y ya en el interior, nos volvían a formar en el pasillo alrededor de una imagen de la Inmaculada Concepción que ocupaba la parte central. Allí nos hacían rezar.
Pero el mes de Mayo era especial. Cada día una niña, quizás varias, no recuerdo muy bien, llevaba un ramo de flores y hacía una ofrenda a la Virgen María. Y después cantábamos mientras nos dirigíamos a nuestras clases. Y así lo recuerdo, como un mes de flores y canciones.
Ejemplos de ofrenda, algunas de estas creo que llegué a recitarlas personalmente mientras sostenía en mis brazos un ramo de rosas blancas de un rosal que teníamos en casa:
Como soy tan chiquitita
y tengo tan poquita voz
sólo me atrevo a decirte
¡Viva la madre de Dios!