Durante este confinamiento mis días comienzan y terminan en el balcón. Son los mejores momentos del día. A primera hora de la mañana me siento a tomar el sol, absorbiendo la preciada vitamina D tan necesaria para mantener el ánimo, relajada escuchando música, o leyendo. Al atardecer, cumplo con la cita colectiva diaria, saliendo a las 20h a aplaudir al personal sanitario que cuida de nosotras exponiendo sus vidas. Aunque, en mi caso, ya no sé bien a qué o a quien aplaudo, es un ritual que sigo desde el principio, me gusta y no me cansa.
Mi calle es muy tranquila, pero observo con alegría que cada día somos más, me produce satisfacción cuando veo aparecer en los balcones a gente que no conocía, vecinos y vecinas que, como yo, estaban encerrados y concentrados en sus vidas y que ahora le han puesto cara a esas terrazas antes vacías. Empezamos con mucha timidez, pero cada día que pasa nos vamos soltando, nos saludamos, nos sonreímos, y con las que tenemos más confianza, nos enviamos abrazos simbólicos.
Nos dicen, y nos repiten con insistencia, que si resistimos juntas saldremos más fuertes de esta crisis. Pero yo lo que escucho y veo diariamente son mensajes agresivos, de ataques movidos por intereses políticos, dirigidos a dividirnos. A mi los que más me duelen son los que se producen dentro del movimiento feminista.
Y lo que de verdad creo es que la crisis que nos espera será mucho peor que la del 2008, y que cuando salgamos de ésta habremos dejado a mucha gente en el camino, sobre todo en las comunidades en las que interesa más la economía que las personas. Seremos más pobres que antes, y esta crisis la pagaremos los de siempre. Ahora mismo ya ni ganas tengo de pensar, y mucho menos de reflexionar o intentar comprender lo que está pasando.