Durante este confinamiento mis días comienzan y terminan en el balcón. Son los mejores momentos del día. A primera hora de la mañana me siento a tomar el sol, absorbiendo la preciada vitamina D tan necesaria para mantener el ánimo, relajada escuchando música, o leyendo. Al atardecer, cumplo con la cita colectiva diaria, saliendo a las 20h a aplaudir al personal sanitario que cuida de nosotras exponiendo sus vidas. Aunque, en mi caso, ya no sé bien a qué o a quien aplaudo, es un ritual que sigo desde el principio, me gusta y no me cansa.
Mi calle es muy tranquila, pero observo con alegría que cada día somos más, me produce satisfacción cuando veo aparecer en los balcones a gente que no conocía, vecinos y vecinas que, como yo, estaban encerrados y concentrados en sus vidas y que ahora le han puesto cara a esas terrazas antes vacías. Empezamos con mucha timidez, pero cada día que pasa nos vamos soltando, nos saludamos, nos sonreímos, y con las que tenemos más confianza, nos enviamos abrazos simbólicos.
Nos dicen, y nos repiten con insistencia, que si resistimos juntas saldremos más fuertes de esta crisis. Pero yo lo que escucho y veo diariamente son mensajes agresivos, de ataques movidos por intereses políticos, dirigidos a dividirnos. A mi los que más me duelen son los que se producen dentro del movimiento feminista.
Y lo que de verdad creo es que la crisis que nos espera será mucho peor que la del 2008, y que cuando salgamos de ésta habremos dejado a mucha gente en el camino, sobre todo en las comunidades en las que interesa más la economía que las personas. Seremos más pobres que antes, y esta crisis la pagaremos los de siempre. Ahora mismo ya ni ganas tengo de pensar, y mucho menos de reflexionar o intentar comprender lo que está pasando.
A mi esto del confinamiento no me afecta demasiado, porque estoy acostumbrada a trabajar en soledad. Aunque sí que me preocupa el no entender nada, el no tener una teoría para las múltiples incoherencias, intuir que detrás de lo que está pasando hay mucho que no nos cuentan, y que las personas que nos dirigen desde las instituciones políticas, que tienen que gestionar la pandemia y tomar decisiones, no saben que hacer. Y claro, todo eso inquieta.
Aprovecho cada rato que puedo para hablar con la familia, con mis hijos, con mis hermanas, y ponernos al día de la situación. Esto es algo positivo que nos ha traído el Covid, que está ayudando a reforzar los lazos familiares. También recibo muchas llamadas de amistades explicándome problemas personales y pidiéndome ayuda. Abandoné la política activa hace casi un año, y aunque por una parte me satisface que haya tanta gente que aún confía en mi, por otra parte me siento fatal, porque a pesar de que siempre hago lo que puedo, es muy poco en las circunstancias actuales y no resuelve problemas.
Volviendo a los aplausos desde el balcón, los últimos días nos ha acompañado la luna. Tres minutos. Desde calles más lejanas se escuchan canciones y la fiesta se alarga durante un buen rato. Mis ánimos no están para fiestas. Y además pienso que no hay que traspasar la línea que separa la terapia colectiva del abuso y la molestia.
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