Desde las grandes manifestaciones del 8M del 2019, en las que tantas mujeres, también hombres, salieron a la calle, se ha venido dando una guerra fratricida en el feminismo con disputas violentas entre feministas que, año tras año, han ido subiendo de tono. La pandemia no ha servido para calmar los ánimos, muy al contrario, los ha exacerbado, hasta llegar a este 8M de 2022 en que la división ha sido inevitable, dolorosa, visible, y como consecuencia hemos podido ver dos manifestaciones en muchas ciudades españolas.
No pretendo entrar en detalles de como ni cuando comenzó este conflicto, aunque estoy convencida de que en el inicio fue una lucha de poderes para controlar el pujante movimiento feminista, posteriormente agravado por una mala gestión del Ministerio de Igualdad, desde el que no se ha sabido dialogar y llegar a acuerdos, y multiplicado porque los ¿debates? se han llevado a cabo sobre todo en las redes sociales, muchas veces basando las argumentaciones en fakes y noticias de dudosa procedencia no verificadas ni contrastadas. Y en medio de todo, la pandemia, con el cansancio mental que ha supuesto, con el desánimo de unas, la ira de otras, un ambiente nada agradable que hacía esperar que las manifestaciones de este año fueran un auténtico desastre. Aún así, no lo han sido, no del todo, a última hora se han podido salvar los muebles, el movimiento feminista no está hundido pero no se puede negar que ha quedado muy tocado, y que aquella magia, aquella fuerza de las movilizaciones de los años prepandémicos han desaparecido.
Nunca ha habido un feminismo uno, único e inamovible, eso es algo que va contra su propia naturaleza subversiva y transformadora. En el seno del feminismo siempre han existido discrepancias y divisiones, polémicas, ideas diferentes y a menudo enfrentadas sobre como afrontar los problemas de cada época. Ya en los inicios del feminismo moderno, las mujeres negras no fueron incluidas, y eran muchas las voces que se alzaban clamando que la abolición de la esclavitud no era un tema que incumbiera a las feministas. En los años sesenta, unos años después en España, las tensiones de un sector del feminismo con las mujeres lesbianas desembocaron en peleas y expulsiones de los centros feministas, también consideraban que el lesbianismo era un tema no relacionado. Las disputas sociales entre el feminismo de la igualdad y el de la diferencia, ocupando el uno las instituciones oficiales del estado relacionadas con las mujeres en Madrid, el otro las de la Generalitat en Barcelona, no dejando espacio en su territorio ninguno de ellos a las partidarias de la otra teoría. Hay muchos ejemplos de desavenencias, tengo la impresión de que la historia del feminismo es la historia de sus debates, de sus conflictos y, seguramente gracias a ellos, de los avances conseguidos en los derechos de las mujeres. Pero no conozco tanto la historia, no soy una experta en el tema, y prefiero que sean otras expertas más sabias que yo quienes den explicaciones.
Volviendo a la situación de este 2022, las dos manifestaciones convocadas, la abolicionista y la unitaria. El principal tema que ha ocasionado la división, el posicionamiento ante la ley trans y la existencia de las personas trans en general, ha hecho que popularmente se las haya conocido como la manifestación transexcluyente y la transincluyente. Algunas reivindicaciones eran las mismas, otras diferentes. La gente no ha entendido mucho que haya habido dos manifestaciones, yo tampoco lo entiendo. Los medios de comunicación lo han presentado como que el feminismo está dividido, y eso es lo que interesa, mostrar que el feminismo ya no está tan unido como antes, que no tiene causas comunes por las que luchar, que es un fracaso.
Es doloroso, pero es así, el feminismo está dividido, los egos inflados campando a sus anchas, como ya pasó después del 15M, el debate se ha dejado en las manos de las personas más agresivas, las posturas más sectarias triunfado, de manera que es imposible dialogar. Yo, personalmente, reivindico mi derecho a tener dudas, a equivocarme y a cambiar de idea sin que tenga que estar justificándome continuamente y escuchando reproches, cuando no insultos. También, a tener mis propias ideas y pensar diferente, llegado el caso. Siempre he sido activista, me considero más de acción que de teoría, y más de escuchar que de hablar. Para mi es importante comunicarse desde la tolerancia y el respeto, y buscar acuerdos para actuar en común, pero para eso corren tiempos difíciles.
Estamos ya cansadas de tanto luchar, porque parece que no se avanza. Vemos a nuestro alrededor como todo el mundo está en su geto, quizás porque venimos de una pandemia, y las cosas no son fáciles. Cuando el feminismo coge fuerza siempre hay una reacción de la derecha, aunque no siempre sólo de la derecha. Han pasado muchas cosas. Tenemos que seguir y parece que ahora mismo estamos ancladas dándole vueltas a los mismos temas, incapaces de encontrar una solución. ¿Podremos encontrar esa sinergia que encontramos en 2019 y 2020? Puede que sí, pero nos va a costar.
La pandemia le ha ido muy bien al sistema.
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