A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres fueron las usuarias más entusiastas de la bicicleta. Los primeros modelos de bicicleta aparecieron en 1817 y consistían en una barra que unían dos ruedas, la delanteras más grande que la trasera. Más tarde se le añadieron pedales y las dos ruedas adquirieron el mismo tamaño. El precio era exorbitante, y sólo las clases altas podían adquirirlas.
Las mujeres de familias pudientes se empezaron a atrever a montar en este nuevo invento, en el que podían desplazarse con rapidez y libertad en un mundo que las tenía recluidas en la vivienda familiar. Las mujeres que iban en bicicleta quebrantaban las reglas establecidas sobre el comportamiento femenino que predominaba en la época, las normas sociales marcaban que una dama debía ser discreta y evitar llamar la atención en la calle. Estas mujeres pioneras se saltaban todas las reglas y como reacción fueron insultadas, agredidas, y algunas recibidas a pedradas.
Los médicos de la época opinaban que la práctica del ciclismo era perjudicial para el organismo femenino, que podía causar esterilidad y trastornos nerviosos. Muchos sacerdotes dedicaron sermones a señalar lo pecaminoso de la actividad. Sin embargo, el principal obstáculo con que se encontraron estas valientes mujeres no fueron los prejuicios y ataques interesados, sino la vestimenta femenina de la época, compuesta por corsés apretados que impedían la respiración, y vestidos de gran peso.
A mediados del siglo XIX Amelia Bloomer, sufragista y defensora de los derechos civiles de la mujer, directora del periódico feminista "The Lily" que ella misma había fundado, adoptó y publicitó un modelo de ropa muy atrevido para la época, unos pantalones anchos tipo bombacho, que había creado Elizabeth Smith Miller para trabajar más cómodamente en su jardín. Su entusiasmo por la nueva prenda era tan manifiesto, que en su honor la acabaron llamando "bloomers".
En la primavera de 1851 Amelia, Elizabeth Smith Miller y Elizabeth Cady Stanton, caminaron por las calles de Seneca Falls vistiendo conjuntos de este tipo, promocionando esta manera de vestir más cómoda para las mujeres. Para ellas era un acto revolucionario. Así lo expresó en una convención feminista celebrada en Londres, y a la que sus seguidoras acudieron portando este atuendo: "A vosotras, amas de casa, os decimos: desabrochad vuestros vestidos y dejad que todas las prendas queden holgadas sobre vuestros cuerpos".
Fueron muchas las mujeres que se atrevieron a usar los bloomers cuando montaban en bicicleta, a pesar de que fueron ridiculizadas, insultadas y, a veces, amenazadas. Algunas los utilizaban porque apreciaban su comodidad, otras para reivindicar los derechos de las mujeres. Se utilizaron hasta finales de la década de 1850, a pesar del escándalo que causaba, pero finalmente fueron las mismas feministas quienes dejaron de usarlos porque pensaban que las polémicas forzadas estaban desviando la atención de sus reivindicaciones. En 1890 volvió a retomarse su uso, y esta vez sí, para la práctica deportiva a la que la mujer se estaba incorporando.
Poco a poco el uso de la bicicleta por la mujer se fue extendiendo, sobre todo por la caída del coste del vehículo. Surgieron clubs femeninos para viajar en compañía, la publicidad comenzó a presentar el ciclismo como una práctica respetable, los periódicos mostraban a las ciclistas como una mujer nueva, y los médicos recomendaban montar en bicicleta como práctica saludable. Surgieron personajes con historias intrépidas, como la de Annie Londonderry, que fue la primera mujer en recorrer el mundo en bicicleta.
La bicicleta estuvo ligada al movimiento de emancipación de la mujer. Era un símbolo de libertad, de autosuficiencia y de independencia, una aliada en la lucha contra el orden patriarcal. Tiene muy merecida el nombre de máquina de la libertad con la que se la reconoce.
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