Los siguientes días las manifestaciones y mítines se producen diariamente, y la protesta ya no se limita al precio del carbón, se amplía a todos los productos de primera necesidad. Las mujeres recorrían los barrios pidiendo la venta de estos productos a precios de tasa, y haciendo cerrar las fábricas para que las obreras se unieran a la protesta. Decidieron que la revuelta tenía que ser exclusivamente femenina, no permitieron la participación de ningún hombre en ningún acto y rechazaron la presencia de los sindicatos obreros, justificándolo en que querían evitar que se colaran policías de paisano.
También fue característico de esta protesta la intención decidida de involucrar a todas las mujeres de todas las clases sociales y actividades. Las primeras a las que se dirigieron fueron las bailarinas, cantantes, camareras y "damas de compañía" de las numerosas salas del Paralelo. Se pasaron por los bares, teatros y music-halls invitando a sus trabajadoras a unirse a la protesta al grito de "¡Abajo los acaparadores! ¡Queremos las subsistencias baratas!" Detuvieron los tranvías que transitaban por las Ramblas, invitando a las mujeres, algunas de ellas de la burguesía, a que bajaran y se unieran a la protesta. Se unieron las dependientas de los comercios y las obreras de las fábricas textiles. La manifestación era diversa y variopinta, se mezclaban mujeres de la burguesía con sus vestidos almidonados con las amas de casa con sus delantales, con las trabajadoras de fábricas con sus batas azules y con las trabajadoras de las salas del Paralelo ligeras de ropa.
También se actuó contra los tenderos. Muchos de ellos se negaron a vender sus productos aludiendo que no tenían existencias. En muchos casos se registraron los establecimientos y, al comprobar la falsedad de sus alegaciones, se les obligó a vender a precios de tasa.
Paralelamente, se formaron comisiones que iban a los barrios a buscar a las obreras que allí trabajaban, sobre todo a las numerosas fábricas textiles en las que la mano de obra femenina era mayoritaria. Las demandas eran bastante moderadas, que se respete la tasa y no se estafe en el peso, que el carbón sea seco y no tenga piedras y tierra mezclados. Se organizan mitings por todas partes, muchos de ellos improvisados. En un primer momento la Guardia Civil y la Policía, desconcertadas, se limitaban a patrullar las calles, no se atreven a hacer cargas duras. Pero pronto dejaron de ver a esas mujeres como inofensivas y las detenciones se contaron por decenas.
La tarde del lunes 14 de enero unas 4.000 mujeres montaron manifestaciones paralelas en diversos puntos de la ciudad. Más de 14.000 trabajadoras se declararon en huelga. Alrededor de 5000 mujeres se dirigieron al edificio del Gobierno Civil para hablar con el gobernador. Una multitud impetuosa consigue romper el cordón de guardias de seguridad instalado en la puerta y entra en el edificio, subiendo las escaleras. Se masca la tragedia. Así describe el Diluvio los sucesos de aquella tarde:
"La desgracia.
Inmediatamente, el jefe superior de policía dio orden de un toque de atención que se dio desde arriba. Al mismo tiempo, dispuso que los guardias de seguridad, sin dañar a nadie, desenvainaran los sables y los agitaran en alto. Con estas medidas se proponía la policía atemorizar a las manifestantes y obligarlas a que despejaran la escalera.
Al cumplirse estas órdenes se produjo un momento de pánico. Las mujeres que estaban en lo alto de la escalera, intentaron retroceder. Pero, simultáneamente, las de abajo empujaron con más ímpetu hacia arriba, sin permitir así la salida de nadie. Como es de suponer, con las apreturas en los rellanos se apretujaron más las manifestantes y entonces cedió la barandilla de hierro de la escalera. El momento fue de un pánico colosal
Tras la barandilla cayeron enormes trozos de piedra, y tras de aquellos infinidad de mujeres. Un grito desgarrador partió de todas ellas. La que caían -desde la altura de un primer piso- iban a dar contra las que se hallaban abajo. Se creyó en un primer momento que el número de muertos y heridos sería grande."
Por suerte, no hubo ninguna muerte, aunque 25 mujeres resultaron gravemente heridas. El alboroto fue enorme. Fuera del edificio esperaban miles de mujeres pidiendo a gritos médicos y ambulancias. Mientras, otros grupos de mujeres recorren las calles de Barcelona deteniendo carros de carbón y vaciándolos, y entran en las carnicerías para llevarse alimentos. La tensión es máxima. Todo está preparado para que se produzca el paro general.
El movimiento, unido y cohesionado hasta entonces, comenzó a dividirse. Se empezó a cuestionar el liderazgo de Amalia Alegre y María Marín, militantes ambas del partido radical, que habían organizado y encabezado la revuelta en un primer momento. Cogieron el relevo líderes anarquistas como Lola Ferré, Libertad Ródenas y Rosario Dolcet, que radicalizaron el conflicto y le dieron un giro más politizado.
Antes de pasar a la siguiente fase de la revuelta, vamos a conocer el pensamiento de estas primeras líderes, Amalia Alegre y María Marín, que ellas mismas en dos entrevistas que le hicieron en el periódico "La Publicidad" que transcribo a continuación:
Hablando con Amalia Alegre
La figura principal de las manifestaciones de estos días es, sin duda alguna, Amalia Alegre. Ella fue la iniciadora de este movimiento de franca protesta al que se han sumado infinidad de mujeres. Ella, con gran voluntad y energía, ha conseguido levantar el espíritu decaído de una multitud femenina. Sin su iniciativa y su actuación, quizá todas las mujeres que ahora recorren las calles exteriorizando su protesta contra los causantes del malestar de la clase obrera, permanecerían en sus casas. Amalia Alegre ha inoculado su energía, la energía de su desesperación a las que, como ella, saben de las tristezas del vivir.
Es una mujer del pueblo que lleva en su cara las señales tristes de una vida de privaciones. Tal vez las necesidades del presente le han hecho revivir días de penuria pasados, y ha sentido que su alma se rebelaba contra las injusticias de la humanidad. Quizás haya en ella, no el egoísmo de poner fin a su propia miseria, sino el deseo de remediar los males de la clase obrera, aportando su grano de arena a la obra social. En todo caso, Amalia Alegre es una mujer sincera, una mujer de corazón.
Con ella hemos podido conversar unos instantes y sus palabras, toscas y rudas, han resonado en nuestro espíritu. La mujer del pueblo suplica y sus lamentaciones han llegado a los Poderes públicos. Es necesario evitar por todos los medios que la mujer del pueblo se vea en el trance de tener que exigir...
Amalia Alegre, con algunas de sus compañeras, ha acudido a nuestra redacción cediendo a instancias nuestras. Una esperanza las alienta: el gobernador civil les ha ofrecido una entrevista con los señores que forman la Junta de Subsistencias, para ver si es posible hallar rápidamente una solución definitiva. Esto pone ciertas reservas en sus comentarios.
- Y diga usted, Amalia, ¿Cómo se le ocurrió iniciar un movimiento de esta índole?
Sin vacilaciones, mediando apenas las palabras, responde:
- La miseria...Verá usted, el jueves, en ocasión de que me hallaba en una tienda de comestibles, entraron unas mujeres a comprar y la conversación giró alrededor de la situación actual. Ellas expusieron su estado de verdadera miseria; yo sentí, al oírlas y ver que les ocurría lo mismo que a mí, un deseo inmenso de hacer algo grande, algo provechoso. Soy madre de familia y no puedo mantener a mis hijos. "Por qué no vamos todas las mujeres a exponer nuestra necesidad a las autoridades?", propuse. Y, decidida, escribí de cualquier manera un cartel invitando a todas las madres de familia a acudir en manifestación al Ayuntamiento y al Gobierno Civil. Nos reunimos cuatrocientas mujeres y, respetuosas con todo el mundo, elevamos nuestras súplicas al alcalde y al gobernador. Los dos prometieron hacer todo lo posible por remediar nuestra situación, la situación del pueblo. Lo mismo nos ofrecieron unos señores concejales, y disolvimos la manifestación satisfechas de haber cumplido un deber. Ahí tiene usted como fue el comienzo: una exposición serena y pacífica de nuestro malestar.
- Pero el viernes por la tarde y por la noche se registraron incidentes de importancia: varios heridos, una tienda de comestibles asaltada, disparos...
Amalia Alegre saltó indignada:
- Protesto con toda el alma de estos sucesos, y rechazo, en nombre mío y en el de mis compañeras, toda intervención en ellos. Nosotras estuvimos el viernes por la tarde en la barriada de Poblet, invitando a las obreras de varias fábricas allí situadas, a abandonar el trabajo en señal de protesta contra el encarecimiento de las subsistencias. Nuestra actitud fue pacífica y no dio lugar a la intervención de la policía que venía siguiendo nuestros pasos. Ya ve usted como no podíamos estar ni en el Edén Concert, ni en el Siglo, rompiendo cristales. Por la noche, no salimos de nuestras casas; tenemos hijos de que cuidar.
- Pero la gente, ignorando todo esto, puede creer en la intervención, o por lo menos en la complicidad de ustedes.
- Nosotras estamos, por este lado, muy tranquilas. Desde el primer momento hicimos el propósito de guardar una actitud serena, sin perjudicar a nadie, porque los perjudicados serían, como es natural, nuestros primeros enemigos. Ni queremos robar, ni asaltar tiendas, ni romper cristales; únicamente deseamos que sean atendidas nuestras justas quejas. Si fracasamos, nos retiraremos a nuestras casas dejando a las compañeras en completa libertad de acción, que recabaremos así mismo para nosotras. Que cada cual se tome entonces la justicia por su mano. Pero ahora debemos esperar hasta el lunes.
- ¿La reunión de la Junta de Subsistencias...?
- Sí, señor. El gobernador nos dijo que la Junta escucharía nuestras quejas, y nosotras ofrecimos esperar hasta entonces. Por eso, me he separado esta tarde de las manifestantes después de intentar, inútilmente, convencerlas de que no debían volver al Gobierno Civil.
- De modo que no hay una perfecta unanimidad.
- En apreciar las causas del conflicto, sí; en la manera de conjurarlo, no. Ellas pretenden alterar el orden; nosotras, como le he dicho antes, nos proponemos no dar lugar a que la policía intervenga. No es con disturbios y algaradas como nos será concedido lo que pedimos. Al separarme de las que, a todo trance, querían hablar nuevamente con el gobernador para intimarle a una solución inmediat, deshaciendo lo que habíamos hecho antes, he sentido cierta tristeza.
Juana Casares, una de las "incondicionales" de Amalia, interrumpe:
- ¿Sabe usted que le ha valido a ésta ser fiel a la palabra empeñada con el gobernador de esperar hasta el lunes, y el oponerse , a todo trance, a que se altere el orden? Pues que las mismas mujeres que a no ser por ella no se hubiesen movido de sus casas, vayan diciendo por ahí que Amalia ha cobrado del Gobierno Civil.
Sonrió Amalia con un dejo de amargura, y dijo:
- ¡Que yo he cobrado! Y todavía no sé si mañana habrá dinero en casa para comer.
Luego, enérgica, añadió:
-Pero no me importa nada. Yo pretendo que las autoridades consigan la rebaja de las subsistencias, y el gobernador nos ha dicho que fuéramos el lunes por la noche al Gobierno Civil. Sola o acompañada, iré. Estas cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas.
- ¿Y el paro general anunciado para el lunes?
- No sé nada. Por mi parte, repito que el lunes no iremos ni mis compañeras ni yo a otro sitio que a la reunión de la Junta de Subsistencias.
Y aquí terminó la conversación. No dijo Amalia Alegre cosas trascendentales, ni era menester. Sus mismas palabras, sencillas y sinceras, bastan para dar a conocer al lector a esa mujer extraordinaria que en tres días ha conseguido una popularidad.
Fernando Barangó-Solís
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