En el viaje que hice a Madrid a principios del pasado mes de setiembre, me quedé con las ganas de ver esta exposición por falta de tiempo, tuve que dejarla pendiente para otra ocasión. Y como ya se acerca su final, que será el 30 de noviembre, creí conveniente organizar un viaje relámpago este último fin de semana con el objetivo principal de visitar esta muestra. Ha merecido la pena.
La exposición está organizada por la Fundación Casa de México en España. Es la primera muestra individual de Frida Kahlo en Madrid desde 1985, exhibe 31 pinturas originales de la artista, 91 fotografías, dos vídeos documentales de los años 1938 y 1941 y una instalación con facsímiles de su diario. Las obras originales proceden de dos colecciones privadas, la mayor parte del Museo Dolores Olmedo de México, las fotografías son del reconocido fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo.
Se despliega en cuatro grandes salas, en las que se van intercalando las pinturas y dibujos con las fotografías, los vídeos y los documentos. Antes de ver la exposición había estado buscando información en las redes y leí varios artículos que me hicieron llevar una idea predeterminada. Temí que me pareciera demasiado previsible, y sin embargo, me sorprendió, no hay conocimiento previo que sustituya a la emoción que te transmiten las obras originales.
En la propaganda oficial se puede leer que "es una exposición centrada en la artista y su obra, no en el personaje. La muestra vuelve la mirada a la producción pictórica de Frida. Busca rescatar sus contribuciones a la historia de la pintura en dos aspectos fundamentales: la construcción del nacionalismo mexicano y el retrato del cuerpo femenino".
En este excelente artículo de CTXT se hace un certero análisis de la exposición: "Frida retrata sus propias inquietudes, a través de la apropiación de su cuerpo, como el escenario para hablar de los estereotipos femeninos, pero también en el intento de que su arte consiga desarticular los conceptos de género que prevalecían en su entorno. Plasma, además, reconocibles sentimientos y sensaciones, como el dolor, pero sin olvidarse del gozo".
Y ahora toca describir cual fue mi recorrido personal y mis impresiones particulares con más detalle. Utilizo las descripciones de cada núcleo que facilita la organización, las pongo en letra cursiva. Por otra parte, tomar fotografías de las pinturas estaba totalmente prohibido, por lo que, respetando esta normativa, las imágenes que utilizo están sacadas en su mayoría de la web de la Casa de México.
La galería nos presenta salas con paredes rojas, azules y grises en las que están representados los acontecimientos más importantes de la vida de la artista, en un recorrido que nos lleva desde su infancia a su fallecimiento. Algunos de los cuadros, los que la organización considera más significativos, están acompañados por un código QR a través del cual se accede a audios en los que se nos narran anécdotas y explicaciones técnicas sobre los mismos.
La primera sala tiene el título El retrato del otro: tradición y modernidad. Frida Kahlo comienza a pintar retratando a amigos, familiares y conocidos. Casi un tercio del total de su obra pertenece a este género. Pese a su aparente sencillez, estos retratos suponen una compleja reflexión sobre la identidad. Hija de un fotógrafo húngaro y una mujer de Oaxaca, refleja esta doble herencia en su producción, que transita de una pintura moderna con influencia de la tradición europea a obras en las que incorpora elementos asociados a la identidad mexicana. Mecenas, vecinos, amigas, habitantes de Ciudad de México, coleccionistas de su obra, mujeres con las que convive y otras a las que admira aparecen en esta selección de pinturas y dibujos en los que esgrime su audacia para captar la personalidad del retratado y muestra su amplia cultura y su conocimiento de los movimientos artísticos del momento.
A partir de 1928, cuando Frida conoce a Diego Rivera, su obra empieza a integrar elementos mexicanos: petates, equipales, flores de cempasúchil, cactáceas y colores vivos provenientes del arte popular. También empieza a vestir con la indumentaria típica de las culturas indígenas de México, particularmente las largas faldas y los trajes de tehuana del istmo de Tehuantepec, una sociedad matriarcal que había resistido al patriarcado. Frida fue una mujer moderna que supo incorporar, en su vida y en su obra, el pasado prehispánico y la herencia indígena, la vanguardia europea y las nuevas ideas de un México que estaba en plena construcción de una nueva identidad.
La niña Virginia, del año 1929, Frida lo pintó cuando estaba recién casada con Diego Rivera. Aunque su técnica pictórica aún no está muy desarrollada, el cuadro tiene un magnetismo especial, el que transmite el personaje, una niña indígena sentada en una silla que mira fijamente al frente. Otro aspecto interesante de la pintura es que en el reverso tiene un boceto de un autorretrato, sin embargo a Frida Kahlo no le gustó este boceto y tomó la decisión de reutilizar el material.
El difuntito Dimas Rosas, de 1937, es el retrato del fallecido hijo de Delfina, una mujer indígena que había sido modelo de Diego Rivera y de un sirviente de la casa. Era tradición en México retratar a los difuntos antes de su entierro vestidos con túnicas que recuerdan a la indumentaria de santos y rodeados de flores. Siguiendo esa costumbre, la pintora retrata al niño ataviado con los ropajes de San José y llevando una gladiola entre las manos, su cabeza reposa en una almohada decorada con encaje, y sobre ella una estampita de Jesús.
En esta sección se pueden ver también, entre otros, dos retratos de Eva Frederick, una mujer afroamericana de la que no se conoce nada más que era una de las amistades de Frida durante su estancia en Estados Unidos. En la pintura al óleo aparece bajo una cinta verde, en la que está escrito su nombre, llamando la atención el collar y los cabellos peinados finamente, de forma que enmarca el rostro. En el dibujo está desnuda, sentada en una silla tradicional del país.
La segunda sala luce el título Dualidad: vida y muerte. Uno de los conceptos que rigen la vida es la integración de principios duales: nacimiento y muerte, noche y día, luna y sol, un eterno ciclo recurrente que Frida plasma en su obra mediante universos personales que dejan ver su interés por la anatomía, la medicina, la fertilidad y la similitud entre los procesos de los ciclos reproductivos de la naturaleza y los del ser humano.
Retrato de Alicia Galant. Esta obra es reconocida como la primera pintura de Frida Kahlo, quizás porque en su reverso tiene escrita la leyenda "Mi primera obra de arte, Frida Kahlo, 1927". Fue realizada después del accidente que la pintora sufrió en 1925 y que la mantuvo postrada en cama durante varios meses. Su madre, queriendo ayudarla a sobrellevar la convalecencia, le compró un caballete portátil y un estuche de pinturas. Alicia Galant era una vecina de Coyoacán, amiga de la infancia de Frida, la pintó dentro de una habitación y en una pose totalmente erguida. En el retrato predominan los colores y tonos oscuros. Es probable que este retrato no sea la primera obra de Frida Kahlo, pero sí que es aquella en la que la artista ya se asume como una pintora.
Entre los diversos dibujos que se exponen en esta sección, destaco estos dos que llamaron mi atención. Desnudo de Ady Weber, 1930, con la particularidad de que los pies están separados de las piernas. Ady, prima de Frida, aparece retratada de pie, su desnudez nos deja ver un cuerpo adolescente que aún no ha alcanzado la madurez. Retrato de Lady Hastings, 1931, aristócrata nacida en Milán y educada en Oxford, esposa del pintor inglés Lord John Hastings. Su personalidad vibrante resultaba atractiva para Frida, y se dice que las dos mujeres probablemente tuvieron una aventura romántica.
Retrato de Doña Rosita Morillo, 1944. Doña Rosita era la madre del ingeniero y diplomático Eduardo Morillo, cuyo retrato también se exhibe en la primera sala de esta exposición. Frida se esmera en el detalle al representar a la mujer que está tejiendo, nos transmite con precisión su personalidad resuelta. Su mirada triste y su atuendo oscuro contrastan con la vivacidad del brillante cactus que está detrás de ella.
La flor de la vida, 1944. La pintura de la flor de la vida es una representación de la fertilidad, se puede interpretar como símbolo de sentimientos y sexualidad. La flor roja simboliza los órganos sexuales masculino y femenino en el momento del coito. La obra muestra una explosión de puntas doradas que representan el esperma saliendo del centro de la flor. La flor de la vida es una representación de la sexualidad y su belleza. El sol de la derecha muestra un óvulo listo para la fecundación.
Mi nana y yo, 1937. Cuando Frida contaba con once meses de edad, su madre dio a luz a Cristina, por lo que la pequeña Frida fue encomendada a una indígena que tenía la labor de alimentarla y cuidar de ella. Años más tarde recrearía el suceso en este cuadro, en el que Frida aparece representada con un cuerpo de bebé y la cabeza de adulta. Está sostenida por su nodriza, que oculta su rostro detrás de una máscara funeraria precolombina. En el cuadro se evidencia una relación fría y distante entre Frida y su niñera, el acto de amamantar parece ser un proceso rutinario que no involucra ningún afecto como el de abrazar o mimar. El mensaje general de la pintura es inquietante, a la vez que juega un papel importante para mostrar cómo creció la bebé Frida.
Retrato de Luther Burbank, 1931. Burbank fue un horticultor y científico famoso por sus experimentos con verduras y plantas para crear híbridos. Frida lo representa como mitad hombre, mitad árbol; sus piernas y pies son sustituidos por un tronco, cuyas raíces, debajo de la tierra, se aferran a un cadáver. Es uno de los cuadros en que se evidencia la dualidad que la artista planteaba, en este caso en torno a la vida-muerte: como en una cadena alimenticia, el hombre obtiene su sustento para vivir de la tierra, pero su cadáver le será dado a ésta, del que ella a su vez se alimentará.
Pasamos a la tercera sala Alas rotas: dolor y esperanza. En sus obras, Frida se aleja de la representación tradicional de la belleza femenina en el arte. Sus potentes autorretratos dan salida a un agitado mundo interior, haciendo visibles el dolor físico y el emocional. Para ella el cuerpo es el escenario en el que reflexiona sobre la condición de la mujer, el sufrimiento, la violencia, y también se sirve de él para mostrar la resiliencia, la fuerza de espíritu y la capacidad para trascender el dolor. “Alas rotas”, palabras escritas en su diario, hablan de la frustración por el cuerpo herido. Desde niña sufrió polio, lo cual le dejó una pierna más corta que la otra. Sin duda, el hecho que más afectó a su vida fue un catastrófico accidente que sufrió en 1925, cuando tenía dieciocho años. El autobús en el que viajaba fue embestido por un tranvía. Un pasamanos de acero le atravesó el cuerpo y le perforó la pelvis. Su columna vertebral, clavícula, costillas y pierna derecha resultaron también gravemente heridas. Se sometió a más de treinta cirugías, lo que la llevó a estar confinada en cama e inmovilizada durante largos períodos de tiempo. Sus padres le colocaron un espejo sobre la cama y le diseñaron un caballete para que pudiera pintar recostada. En sus palabras: «No estoy enferma, estoy rota, destrozada. Soy feliz solo cuando pinto».
Esta sección es la que más me impactó. Frida declaró en numerosas ocasiones que sus pinturas no reflejaban sueños o imágenes surrealistas, sino que eran representaciones de su propia vida. Sus autorretratos traslucen, sobre todo, su mundo interior, nos muestran su cuerpo asediado por las dificultades y el dolor, nos transmiten su estado emocional con crudeza, amor y, a veces, con humor.
Hospital Henry Ford, 1932. En este autorretrato Frida plasmó uno de los momentos más traumáticos de su vida, el aborto natural que sufrió en el año 1932. Cuando llevaba tres meses y medio de gestación, le sobrevino una hemorragia y tuvo que ser internada de urgencia. Días después, en medio de una gran depresión, pidió que le llevaran el feto de su hijo para poderlo pintar, algo que no sucedió y tuvo que conformarse con algunas ilustraciones. En el cuadro se ve a Frida acostada en una cama de hospital, bañada en sangre y con una lágrima enorme en su ojo izquierdo. Bajo la mano abierta que descansa sobre su estómago se desprenden seis cordones rojos que conectan con imágenes que ella relacionaba con el aborto. En el centro, y de un tamaño desproporcionado, está el feto de un bebé varón. En el fondo aparece una vista de la fábrica Henry Ford en Detroit, en la que Diego Rivera trabajaba en ese momento en un mural. Toda la escena transmite desolación e impotencia.
Sin esperanza, 1945. "A mí ya no me queda ni la menor esperanza… todo se mueve al compás de lo que dicta la panza…", ésta fue la frase devastadora que Frida anotó al reverso de este cuadro, en el que deja un testimonio de las dietas para engordar a las que se veía sometida por prescripción médica. La pintura la representa postrada en la cama, con lágrimas en los ojos, cubierta con una sábana en la que se aprecian formas circulares. Su cama sostiene un caballete que, a su vez, soporta un embudo del que entran, o salen, una masa monstruosa de animales muertos, coronada por una calaverita de azúcar que lleva el nombre de la artista en la frente. Rodea la cama el paisaje sin vida del desierto, iluminada tanto por la luna como por el sol. En la mitología azteca el sol simboliza el sacrificio humano y la luna la feminidad. La mirada angustiada de Frida está dirigida directamente al espectador, suplicando ayuda, comprensión. Todo es dolor y desolación, no hay esperanza.
Unos cuantos piquetitos, 1935. Este cuadro es la representación de una noticia que Frida leyó en la prensa, el asesinato de una mujer en su barrio de Coyoacan a manos de su esposo. El asesino declaró en el juicio que sólo le había dado unos cuantos piquetitos. La pintura nos muestra a una mujer gravemente herida que yace desnuda sobre unas sábanas manchadas de sangre, a su lado, de pie, una figura masculina dominante que mantiene un puñal en sus manos. Dos pájaros, uno blanco y otro negro, sostienen una pancarta. Probablemente la artista esté también representando su propio dolor, ya que acababa de descubrir la infidelidad de Diego Rivera con su hermana Cristina Kahlo. Para dar un efecto aún más dramático al óleo, Frida agujereó a cuchilladas el marco y le pintó pequeñas gotas de pintura, como si las salpicaduras de sangre desbordaran hacia el espectador, convirtiéndolo en testigo del horrible suceso.
El núcleo 4 se denomina Naturaleza viva: identidad e intimidad. "Debido al deterioro de su salud, a partir de la segunda mitad de los años cuarenta, Frida pasa mucho tiempo en la Casa Azul. Estas obras las realiza tras haber pasado nueve meses ingresada en el Hospital Inglés. Ambas fueron pintadas a su regreso a casa. Comienza a reflejar elementos de la intimidad del hogar y de su vida cotidiana. Crea naturalezas muertas (o «naturalezas vivas», como ella las denominaba por su capacidad de aportar vitalidad a la monotonía de su día a día) en las que incluye frutos frescos, muchos de ellos endémicos de México, en ocasiones abiertos o en formas sexualizadas y rebosantes de color. Integra en sus composiciones a sus mascotas, insectos, banderas mexicanas y figuras prehispánicas, elementos que refieren a la identidad nacional."
Autorretrato con changuito, 1945. Son varios los autorretratos en donde Frida se hace acompañar de sus animales favoritos. A veces son los monos araña, los pericos o sus perros. En este cuadro está retratada de tres cuartos de perfil, vestida y peinada a la manera en que lo hacen las indígenas del sureste de México. Se encuentra enlazada a su perro, el vínculo se ve reforzado por el mono, que tiene sus largos brazos alrededor de sus hombros. Detrás, en segundo plano, se encuentra un ídolo precolombino. Una vez más, la pintora muestra su amor por la naturaleza y su orgullo por ser parte de la nación mexicana.
La máscara (de la locura), 1945. En este autorretrato, Frida no muestra su rostro como en tantos otros autorretratos. Nos mira a través de los orificios de los ojos de una máscara que le permite ocultar su dolor. Quien llora no es ella, sino el objeto que tiene un rostro totalmente diferente al suyo. El título de la pintura nos da a entender su grado de desesperación… hasta la locura.
En la última sala, presidiéndolo todo, se muestra el cuadro estrella de la exposición. Al entrar en ella, enseguida llama la atención que enfrente hay unas hojas colgadas del techo que resultan ser los facsímiles de Frida Kahlo. En la pared de la izquierda, fotografías de la artista, en la de la derecha, su biografía en imágenes.
La columna rota, 1944. Esta es una obra que Kahlo realizó poco tiempo después de someterse a una cirugía de columna. Este fue solo uno de los muchos procedimientos médicos que soportó durante su vida para corregir problemas que fueron el resultado de su accidente en la juventud. La operación la dejó postrada en cama y atada a un corsé metálico que le ayudaba a mitigar los dolores tan fuertes y constantes que experimentaba. Frida está de pie, en medio de un paisaje sombrío y fracturado. Su torso está rodeado por cinturones de metal forrados con tela, que le daban presión y soporte a su espalda. Hay clavos incrustados en todo su cuerpo y uno especialmente grande en su corazón, mostrando que no todo su sufrimiento era físico, sino que también soportaba una enorme tristeza. De hecho, Frida se pintó a sí misma con lágrimas en los ojos, sobre un fondo árido y desolado. Alguna vez, al ser cuestionada del por qué se autorretrataba tanto, ella contestó que era porque siempre estaba sola y porque era lo que mejor conocía.
En el diario se destacan dos momentos de su vida: el primero está relacionado con su origen familiar europeo y con el desarrollo inicial de su arte a partir de las vanguardias modernas, así como sus reflexiones sobre su cuerpo y su dolor. El segundo, relacionado con su matrimonio con Diego Rivera y la incorporación de elementos del folklore mexicano.
Sólo he puesto unas cuantas pinturas y dibujos, las que a mi me han atraído, pero hay muchas más y todas ellas excelentes. Sin duda, una exposición totalmente recomendable que no te deja indiferente, por el contrario, te remueve y te conmueve, y más allá de la artista, te acerca a la mujer, a la persona que hay detrás del personaje icónico en el que la hemos convertido con el paso de los años.
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